El futuro no existe

Situación cotidiana. Café con leche, página digital en blanco, Albert hablando por teléfono, escritorio lleno de papeles, discos, bolígrafos, agua, colonias, bafles, cámara digital y un sinfín de cosas que me dejo para acabar antes. En pantalones cortos y camiseta negra de tirantes. Empiezo.
Después de ensoñar las vacaciones, hollydays are here. ¡Hola! Y como si de las aguas del Nilo se tratara, yo, la nueva Moisés procedente de un canasto de esparto cercano al vientre de mi madre, toco con mi varita mágica la mañana de este lunes iniciático para que el paisaje se abra ante mis ojos. La casa huele a café y el sueño de la noche aún está presente en los primeros parpadeos. Pienso en escribirlo después, después del desayuno, después de pensarlo un poco, después de olvidarlo un poco. Porque después de que los sueños se olvidan un poco es cuando quedan los detalles esenciales y al escribirlos una recuerda aquellas cosas que a lo mejor no pasaron pero que enriquecen la vivencia onírica.
La terraza está mojada. Menos mal que ayer tarde, mirando al cielo, quité la ropa del tendedero. ¡Cómo fastidia que se moje la ropa una vez que ya se ha secado! Por delante quedan los planes del día. Las cosas por hacer antes de la primera escapada. Las conversaciones por entablar. Las compras, sobretodo las compras que tanto me entretienen y absurdamente a veces tanto me llenan.
Y la nostalgia que también aparece en forma de onomástica. Pronto se cumplirá un año de mi viaje a México. Pero el tiempo no se detiene, su velocidad es vertiginosa, tanto que imprime vértigo a la mirada del que transita, sin embargo ahora, en el período estival gusto de paladear de esos huecos en los que saltan burbujas de pensamientos, de ideas, de futuro. Aunque el futuro no existe. Existe el pasado, claro, con su peso y su importancia. Existe el presente, con sus apuros por sobrevivir, con esa vocación siempre de pasado. Y existe el presente continuo, pero el futuro no, el futuro no existe. El futuro es pura imaginación, puro ensueño.