Y al fin, otoño

Y se agradece que refresque. Hasta la lluvia besando las calles implanta seriedad al paisaje. Porque este medio bochorno en el que el sudor era el protagonista absoluto empezaba a cansar.
Y en días como hoy, mejor silencio. Aunque se tengan tantas cosas que decir. A la que una busca en su interior siempre encuentra baúles repletos de aquellas cosas que nunca dijo. Algunas sabe enunciarlas, otras son tan sorprendentes que hay que esperar a colocarlas bien en la salida de las cuerdas vocales.
Y con los años se aprende a descartar lo importante de lo superficial. Lo que sigue siendo necesario decir de lo que es accesorio. Hay palabras que no dejan heridas si se dejan pasar, otras horadan la carne como si fueran cenizas que todavía arden. No es fácil.
Y sin embargo, cuando todo acaba, la palabra se silencia. Queda la herencia. La herencia es la única cosa de la que por mucho que huyamos siempre está ahí. Herencia y sombra podrían ser una misma cosa.
Y al fin, otoño.
Y caen versos sobre las aceras como si fueran restos de emociones.
Y seguimos bajando al metro a escuchar las tripas de la ciudad.