Galicia es casa, es verde, es reencuentro y es acogida con
la sabiduría de lo sencillo. De las cosas simples a las que siempre se quiere
volver. Ahora mismo el cielo encapotado deja salir un sol que brilla y quema a
partes iguales. En la casa solo se oyen de fondo el tic tac de los relojes y
Moisés, en la tele, todavía no ha separado las aguas del Nilo.
En estos momentos, el silencio es casi completo y no hay nada
más maravilloso que un buen silencio compartido desde los brazos del sueño. A
lo lejos las cosas mundanas, la política y sus reiterativos discursos sobre la
crisis, las guerras, los asesinatos, las mutilaciones del corazón, las letanías de la repetición y las apatías
varias de los consumidores de información. ¡Qué cansancio, por favor! Eso aquí
no pasa, aquí la naturaleza es la reina.
Por primera vez en mucho tiempo me alegra no tener nada que
contar. Como si fuera un cuenco en el que de un momento a otro van a rellenar
con aguas y flores, preferiblemente margaritas o lirios, según la ocasión, me
cansé de las rosas; tanta belleza pincha.
Aquí incluso el sueño parece más profundo, más reparador,
más esencial.
Descansar al fin para luego seguir.
‘Los ciclos que giran en sus vastas órbitas me han traído de
nuevo, / Amoroso, maduro, todo es hermoso a mis ojos, todo es / Maravilloso /
(…) Satisfecho con el presente, satisfecho con el pasado, / A mi lado o detrás,
Eva me sigue, / O me precede, y yo la sigo igualmente’, Hacia el jardín, el mundo, de Walt Whitman
Ah, Galicia, origen de un huerto que con las manos vamos
trabajando y los surcos de los bueyes araron desde los tiempos en que Dios tocó
con su luz cegadora los rostros de los labradores mientras las mujeres cuidaban el
fuego, fuego de la verdad y la vida.
Boas tardes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario