Una
piedra lanzada por la mano de un amigo es como una flor. Proverbio
árabe
Artículo publicado en el número XXVIII de la Revista Excodra
Ahora que afronto
una minúscula reflexión sobre la amistad, me pregunto cuándo el
ser humano -o algunos de sus homínidos predecesores- generaron por
primera vez una relación de amistad. ¿Quizás en la celebración de
una caza? ¿Quizás en un intercambio de herramientas o abalorios?
¿Quizás en la felicidad de un nacimiento profetizado? ¿Quizás a
partir de una alianza entre tribus enemigas que se dieron cuenta de
que juntas alcanzarían objetivos superiores? Sin embargo, no puedo
evitar recurrir a mi génesis cultural y entrever una incipiente
relación de amistad entre la serpiente y Eva y, por supuesto, entre
Adán y Eva. La confianza depositada en los consejos de la serpiente
parece obvio que es, por un lado, la ruptura de una eternidad que por
otra parte la criatura creada por Dios, nunca pidió, y por otra, la
ruptura de la confianza entre hombre y mujer -que tantos prejuicios
nos ha generado a nosotras-, con el mordisco de la manzana. El origen
mítico de esta ruptura de confianza conforma buena parte de la
esencia de nuestra sociedad occidental. Pues también el laicismo
surge del rechazo a las religiones monoteístas, principalmente la
católica. La amistad es confianza depositada en una alianza entre
dos seres.
Para los estoicos,
la amistad procede de una
característica proporcionada al hombre
-hoy dirían ser humano, pero ya sabemos que los griegos cuando
hablaban de hombre se referían al sujeto masculino singular- por
la naturaleza, que es la sociabilidad; por otro, el origen del afecto
amistoso se encuentra en la atracción mutua que experimentan las
personas de bien al encontrar en las demás semejanzas basadas en el
ejercicio de la virtud; no es, desde luego, tal como defienden los
epicúreos, la manifestación de una carencia que desea suplirse con
un amigo, según
podemos encontrar en la introducción al libro de Cicerón, Sobre
la amistad.
En el estudio de Cicerón, la
amistad se observa también desde la perspectiva que aporta la
división del vínculo amistoso en el ámbito privado y en el ámbito
ideológico. Establece, el noble romano, una característica
irrenunciable que constituye el éxito de una relación amistosa: la
lealtad.
La amistad es el
amor incondicional hacia otra persona exento de la rémora de la
cotidianidad compartida desde la intimidad. A una amistad no le
exigimos la constancia en las facultades, en la demostración de
afecto continuado y los trabajos diarios de labranza para el crecimiento
mutuo, como sí se la demandamos a las personas que, por suerte o por
desgracia, son nuestras parejas. Como ocurre con las parejas, entre
los-as amigos-as se producen los flechazos -siempre recordaré la
primera vez que vi a mi amigo Albert o a mi amiga Ana entrar en
clase, uno de dramaturgia, la otra del Instituto- que pueden ser
mutuos o unilaterales, pero que logran despertar en algún momento lo
que no hemos visto en ellos-as o no han visto en nosotros-as. Un
flechazo es la vibración de los sentidos despertando nuestra alma
mientras reconocemos a alguien que nos resulta familiar y del cual ya
sabemos sin saber; sea un vínculo de amistad, sea un vínculo de
amor sentimental. Entre dos que serán amigos-as , antes de que se
establezca el afecto, pueden producirse circunstancias con intereses
y/o ideologías y/o formas de comprensión humana próximas que
favorecen la creación de un vínculo de amistad de orden más
progresivo. Lo importante en ambos casos es el cuidado y el cultivo
de esta alianza pues la amistad, se origine como se origine, precisa
de riego y comunicación frecuentes; incluida la telepática, cuántas
veces nos ha llamado un-a amigo-a y le hemos confesado sorprendidos,
¿sabes que estaba a punto de llamarte
yo? ¿sabes que estaba pensando en ti ahora mismo?. Sin
ese abono periódico -según se precise, según el grado de
profundidad, según las fases que atraviese la propia relación-, la
amistad también puede marchitarse.
En el vínculo
amistoso hay dos verbos imprescindibles que cuando se erosionan -pues
el verbo es acción y en tanto que acción precisa de presencia-
afectan al discurrir de la relación: compartir y conversar. ¿Cómo
mantener el vínculo amistoso y el sentimiento de afecto intactos sin
compartir ni conversar? Existe un acuerdo tácito en el vínculo
amistoso en el que se le pide al amigo-a que comprenda cualquier
cosa, en ocasiones que ampare cualquier cosa, en pocas, escasas, ser
cómplice de algo al límite de lo moralmente aceptable, incluso de
lo legalmente aceptable, rasgo que los clásicos denuncian pues
delata una falta de calidad en la amistad, pero esta comprensión
rayana en lo amoral para con el amigo-a se hace inviable si no hay
experiencias compartidas o conversaciones que derrochar con cierta
frecuencia. Compartir de tanto en tanto y conversar de tanto en tanto
son las únicas maneras de ir acompañándonos en nuestra personal
transformación de vida en el camino que nos ha tocado transitar. A
menudo, las separaciones entre amigos y amigas las sentencia el
tiempo, la ausencia y el silencio.
Cualquier persona
supera el dolor de un desamor y llega a perdonar a aquel o aquella
que, por las razones que fueren, no supieron o no pudieron gestionar
mejor el final de una relación; incluidas las infidelidades, las
mentiras, los desaires. Pero la traición de un-a amigo-a es una
herida difícil, muy difícil de curar; casi imposible. Pues a un-a
verdadero-a amigo-a se le puede permitir la discrepancia, las salidas
de tono, las bromas cargadas de ironía, las ausencias misteriosas,
la indisponibilidad momentánea ante un reclamo puntual, pero lo que
no se le perdona -o cuesta tanto que se necesitan varios lustros o
varias vidas-, pues no entra en el manual de ética de la amistad, es
que quebrante la confianza otorgada de las reglas implícitas que se
han ido pactando en esa amistad. Es más fácil que dos que fueron
amantes se reencuentren en el corazón que dos que fueron amigos-as
pero sufrieron la herida de la traición vuelvan a serlo. Me resulta
inevitable recordar una de las grandes películas cuyo tema central
es la traición entre dos amigos: Ben-Hur.
La primera película que vi en el cine. Tenía diez años y me
fascinó. Messala, vencido tras la carrera de cuádrigas, al borde
de la muerte, en la mesa del cirujano, con las piernas tan maltrechas
que deben amputarse, no permite que el médico actúe porque espera
la llegada de Ben Hur. El médico le insta a darse prisa, su vida
está en peligro.
-Él vendrá -ruge
Messala. Cierto. Al fondo de la imagen, la figura del amigo
traicionado, que se ha cobrado su venganza, acude a la llamada. Él
vendrá contiene todo el despecho del que es capaz de sentir un amor
incondicional traicionado. Sea o no, Ben-Hur la historia de un amor
homosexual encubierto entre el príncipe Ben-Hur y el tribuno
Messala, como escritores como Gore Vidal argumentan, es sin duda la
historia de una amistad truncada y el terrible mal que eso puede
llegar a provocar. Sólo el que fue tu verdadero amigo puede
convertirse en un enemigo de calidad.
La amistad es uno
de los más nobles vínculos que pueden establecerse entre dos seres
humanos libres. Como afirma Albert Camus, la
amistad es la ciencia de los hombres libres.
Añado aquí que la amistad contribuye a la formación de la persona
en los valores que nos hacen más humanos, más persona en cuanto a
sujeto que convive en concordia con otros sujetos, y nos alejan de la
apatía y la falta de compasión con lo ajeno. En este instante
considero a los animales como seres también susceptibles de generar
vínculo amistoso. No en vano el dicho recuerda que el perro es el
mejor amigo del hombre. En definitiva, conocerás
la calidad ética de una persona, por la calidad humana de sus
amistades. O
lo que es lo mismo, dime
con quien andas, te diré quien eres.
Recientemente he
leído en una noticia que me ha congratulado: La
amistad favorece la salud de las personas.
Un equipo de investigadores de la Universidad de los Ángeles se
sorprendió al comprobar que cuando es liberada la hormona de la
oxitocina frente al estrés, los amigos sienten la necesidad de
agruparse. Y cuando se juntan, la oxitocina aumenta, la dopamina
aumenta -estimula el amor y la ternura- y la fenilalalina aumenta
-genera entusiasmo y alegría-, cosa que ayuda en gran medida a
liberar el estrés y provoca sensaciones confortables y divertidas.
Además, reduce los riesgos relacionados con la presión arterial, el
colesterol, prolonga la vida y, para concluir el resumen, confirma
-científicamente, cosa que en nuestra sociedad tiene ahora más
seguidores dogmáticos que la fe y/o las creencias tradicionales-
que la amistad ayuda a superar los momentos críticos. La pieza se la
he enviado a dos de mis mejores amigos. Estoy
seguro de que la amistad alarga la vida,
escribió mi amigo. Realmente
me encantan estos estudios científicos que validan obviedades,
respondió mi amiga.
Un-a amigo-a no es
un-a terapeuta, aunque a veces lo parezcan. Sin embargo, un-a buen-a
amigo-a es la escucha, la palabra y el refugio que nos recuerda
siempre que caminamos acompañados-as, que no estamos solos-as en el
universo. Qué mal se va aguantando la
soledad con el tiempo, el papel qué ingrato se vuelve, cómo se
llaman los ojos de un amigo reflejados en un vaso de vino; se daría
por esa mirada todos los imperios,
escribe Carmen Martín Gaite en uno de sus Cuadernos
de todo. Martín Gaite que nunca
dejó de profundizar en la búsqueda del interlocutor-a deseado-a,
esa mirada, esa voz, ese cómplice vital, esa alma ajena pero
familiar con la que vamos hilando la vida en conversaciones, en
cafeterías, en cartas, en regalos, en fiestas de bailar, en lecturas
compartidas y recomendadas, en borracheras de juventud, en recuerdos
y olvidos, en los dolores que nos asolan, en las alegrías que nos
llenan, en la celebración constante de la risa y en el llanto
compartido pupila frente a pupila, pues la amistad es la enciclopedia
de nuestra memoria personal conservada a duetto
en momentos de luz, de penumbra y
oscuridad.
La amistad es la
gloria de mantenerse unidos-as a pesar de las tempestades, es el
balcón desde el que se comen pipas mientras se sueña despiertos-as
y es la risa contagiosa que vertemos en momentos efímeros que se
viven como eternos.
La amistad nos
concede el don de la ligereza y nos ayuda a comprender que esto que
llamamos mundo sin compartir, sin respetar, sin escuchar, sin
aprender, sin ponerse en la piel del otro-a es un lugar frío, muy
frío, glacial, desprovisto de la magia del vivir, de todas esas
cosas que hacen que la vida valga la pena y la alegría.
Laura
Freijo Justo
Santa
Coloma de Gnet, viernes 29 de enero de 2016
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