Cuanto
menos me gusta la realidad, más aumento el consumo de ficción.
Siempre ha sido así. Con la diferencia que hasta hace unos años me
preocupaba más mi realidad personal y de un tiempo a esta parte ha
aumentado mi radio de acción y mi preocupación se extiende hacia la
deriva global. En algún momento perdí la óptica de mi optimismo
natural y se instaló en mi juicio una duda permanente hacia nuestro
progreso como sociedades en general, y como ser humano, en
particular.
Aún
así, quiero congratularme por el Premio Nobel de Literatura de este
año que ha recaído en un poeta sueco llamado Tomas Tranströmer y
que, según contaba el diario el otro día, es un personaje muy
conocido en Suecia y ya ha estado traducido a múltiples idiomas.
'Cansado de todos los que llegan con palabras, palabras, pero no
lenguaje,/ salgo hacia la isla cubierta de nieve. Todo lo que es
salvaje no tiene palabras', T. Tranströmer. En cuanto al Premio Nobel
de la Paz, este año compartido entre la primera presidenta de
Liberia y del continente africano, Ellen Johnson Sirleaf, una
activista en pro de los derechos humanos y la igualdad de este país,
Leymah Gbowee y una destacada protagonista y activista de la revuelta
yemení, Tawa Kkul Karman, me siento en la obligación de alegrarme, sobre todo
sabiendo que se trata de símbolos que pueden encabezar una mejora de
la situación de la mujer en los países árabes y/o africanos (muchos
de ellos, islámicos) y mejor reconocer su labor que no reconocerla,
pero me pregunto hasta qué punto son casos aislados cuyo
reconocimiento no va a mejorar la marginación social y política que
sufren las mujeres que viven en estos países. Y cuando hablo de
estos países incluyo, por ejemplo, a Arabia Saudí, que me parece un
caso flagrante de la hipocresía occidental. Un país en el que
algunos imanes siguen alentando a los hombres a casarse con niñas y
que establece la segregación de sexos legalmente en detrimento de la
mujer; entre otras muchas cosas, la mujer no puede votar. Si somos
honestos, a Arabia Saudí no le hace falta la represión policial
porque ya la tiene establecida desde la ley. Pero nadie dice nada y
nos dedicamos, ojo, no sin razón, a acribillar al bocazas y opresor
radical Admadineyad que sigue arremetiendo directamente contra los
disidentes o contra, simplemente, aquellos que hacen sombra a su
mandato. Pero también hay que destacar -todo se olvida tan rápido-
que el pueblo iraní en las últimas elecciones -en las que por
cierto, la mujer sí puede votar e incluso la del opositor moderado
Musaví, maestra, hizo campaña con su marido subiéndose al
púlpito, impensable en Arabia Saudí o Qatar, por citar algunos de nuestros amigos-
demostró corage, valentía y arrojo al denunciar el tongo de las
urnas en las calles donde durante días fueron brutalmente reprimidos. Según Azar Nafisi, escritora y activista iraní, 'la presencia
o la exclusión de las mujeres en los círculos y los centros de
decisión es es la prueba de una democracia auténtica'. Ni Arabia
Saudí ni Irán cumplen este principio, pero mientras a los jeques
totalitarios de Arabia se los recibe como amigos íntimos
constantemente se olvida que la clave de todo este torrado sigue
siendo Irán, el pueblo de Irán, un país cuya cultura, muy a pesar de su presidente,
sobrevive paralela al régimen y las múltiples detenciones que
inflige a las capas pensantes de su sociedad, tanto hombres como
mujeres. La misma Azar Nafisi observa con afilada aguja que 'en Irán
se muere por leer a Max Weber y en EEUU se cierran los departamentos
de humanidades y se reducen los beneficios sociales'. Aún así, seguimos siendo las democracias ejemplo a seguir; por otra
parte, tampoco conocemos nada mejor aunque cabe esperar, visto lo
visto, que sí conoceremos algo peor.
Si
hay sociedades cuyas leyes están enfermas y reprimen sin ton ni son
a su ciudadanía, robándoles el derecho a pensar libremente, que es
realmente el único sitio donde podemos ser libres, me refiero por
supuesto al cerebro, nuestras sociedades manifiestan una tendencia
preocupante en cuanto a sus cerebros. El lunes pasado se celebró el
día mundial de la Salud Mental y la estadística, esa prostituta
manipulable por políticos, economistas y demás órdenes de adorar,
insiste que una de cada cuatro personas sufrirá algún tipo de
trastorno mental a lo largo de su vida, suscribe el Departament de
Salut de Catalunya, pero perfectamente podría hablar la comisión de
salud de la Unión Europea. No hace mucho leí estas mismas cifras
refiriéndose a la sociedad occidental. ¿Será que empezamos a ser
demasiado conscientes de lo que somos y no podemos soportarlo? Todo
esto en medio de recortes y más recortes en la sanidad pública. Sin
citar el nombre, puedo decir que tengo una amiga que se dedica desde
siempre a la salud mental pública y que un día cercano al inicio
de los recortes me dijo 'volvemos a la receta con pastilla y a tu
casa', cuando a poco que conozcas algún caso, se sabe de sobra que la
cobertura que necesita un paciente que sufre algún tipo de trastorno
mental debe ser mucho más amplia para poder conseguir una mejora de
su estado. Algunas son patologías crónicas, otras se curan pero
todas deben tener la misma cobertura en positivo, poniendo como
objetivo básico la mejora de la calidad de vida del paciente. Aunque oído lo
oído en 'el cinquè tertulià' d' 'Els matíns' de TV3 el viernes
por la mañana, una empieza a espantarse ante la falta de empatía
que ya estamos demostrando unos con otros. La tal quinta tertuliana
es la llamada telefónica que entra en antena hacia el final de la
tertulia política del magazine diario de la cadena autonómica
catalana, lo digo para aquellos que no hayan tenido la oportunidad de
verlo nunca. Pues bien, esta quinta tertuliana se quejaba de por qué
un hospital público había intervenido a un anciano de 99 años y le
había puesto un marcapasos cuando es evidente que a esa edad no va a
durar mucho por lo que con unas simples curas paliativas hasta que la
palmara sería suficiente y se ahorraría más dinero. No digo más,
ahí queda eso.
Sin
embargo, nuestro mundo es otro y llora sentidamente ante la noticia
-por interés demostrado en las redes sociales y los medios de
comunicación que le dedicaron suplementos enteros (vease las páginas
salmón de 'El País' del domingo pasado)- más importante de los
últimos días: la muerte de Steve Jacobs. Quiero mostrar aquí mi
total, absoluta y congelada estulticia que la muerte de este señor,
al que no tenía el placer de conocer ni tan solo a través de sus
productos, me ha provocado. No soy capaz de ver el alcance. A lo
mejor es que nunca me han parecido sanas las imágenes de los fans
llorando por la muerte de su ídolo. Ahí lo dejo.
Por
lo que a mí respecta, me apropio de una confesión de Kafka:
'escribiré a pesar de todo, indefectiblemente; es mi lucha por la
supervivencia'. Y una segunda confesión, esta vez mía: aún a pesar
del cinismo que se apodera de nuestros mandatarios (los del dinero y
los de la política) sigo creyendo en una idea de Europa como defensa
de unos valores universales democráticos que respetan la igualdad y
los derechos humanos. Aunque parece que a alguien, de 'nuestro
mundo', por supuesto, le molesta esta idea y se ha empeñado en
hundirnos económicamente y, por extensión, moralmente. Mantengamos
al menos la libertad de pensamiento intacta, que no nos la
colonialicen.
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O, estamos vivos, nos preocupa el mundo, lo demostramos: ¿hay
alguien ahí?
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