Vaya por delante que no puedo
decir que no me gustan los programas que se dedican a eso que algunos han etiquetado como 'televisión
basura'. Puedo escudarme en diversas razones, todas ellas con argumentos persuasivos, pero la principal, la que se impone, es '¿quién soy yo
para juzgar a personas que abren sus sentimientos a una gran capa de la
población y que de algún modo influyen en la moral colectiva, normalmente en
forma de compasión compartida?' Eso no impide que ante ciertas derivas coja el
mando a distancia y cambie de canal según si el contenido me parece que afecta
a mi tope permitido. Pero plantear ciertas superioridades éticas, a veces
demagogas, y en su mayoría con cierto tufo de soberbia por parte de quienes las
defienden, me parece que no van solo en contra de quien plantea este tipo de
programas sino que afecta a aquellas personas que a veces deciden verlos y no
siempre se corresponden con el perfil que se les adjudica 'a priori' y si se corresponde no por ello despreciables. ¿Que la
tele tiene también una función pedagógica? Por supuesto. ¿Que la tele es
responsable de sus contenidos y de procurar que el nivel cultural e intelectual
aumente en la población? Por supuesto. ¿Que este tipo de programas que admito
ver a veces ofrecen carnaza? Por supuesto. Pero en la viña del Señor debe haber
de todo para que la ciudadanía pueda escoger libremente. Tengo varios amigos
que solo hacen uso de la televisión para ver películas y series que les
interesan. ¡Chapeau! Cada uno hace lo que quiere. Dicho esto, también confieso
abiertamente que del mismo modo que anoche vi gran parte de la entrevista de
'Sálvame Deluxe' a Romina Power, después de regresar del estreno de 'Mein Kapital'
en el Tantarantana, montaje en el que participaba con una más que interesante escena mi
amigo y excelente dramaturgo Albert Tola que, además creo recordar, cargaba contra los medios de
comunicación -en concreto contra la tele- que viven en connivencia con el poder
establecido, tanto económico como político, también cambié de canal cuando el
sábado pasado en 'La Noria' se entrevistaba a la madre de uno de los supuestos
culpables de la muerte de la chica sevillana Marta del Castillo. Porque el tope de hasta donde
llegan tu gusto o tragaderas, según se mire, está en tu mando a distancia. Por
cierto que ha habido tres marcas anunciantes que han decidido retirar sus spots
del espacio que ocupa 'La Noria' en Tele 5 los sábados por la noche. Sinceramente, no sé cómo tomármelo, no porque carguen contra el buen gusto del programa sino porque por esa regla de tres tal vez hubieran debido retirarlos tiempo atrás, motivos se podrían encontrar seguro. Y dicho esto, seguramente volveré a ver 'La Noria' cuando los temas que platee me llamen la atención y no vuelvan a sobrepasar mi tope. No olvidemos que por ese programa, entre otros, han pasado José Blanco, Artur Mas, José Montilla, Alicia Sánchez Camacho, Tomás Gómez y algunos otros políticos, periodistas y actores y actrices de notable trayectoria.
Pero a destacar también del montaje de los ocho autores y autoras
españoles contemporáneos que firman 'Mein Kapital' en el Tantarantana la
espléndida, contundente y 'kafkiana' escena de Helena Tornero plateando la suerte de esa
chica cauta a la vez que extrañada en su primer día de trabajo mientras en la
calle se manifiestan los pobres y desgraciados parados que no tienen donde
caerse muertos. De entre el reparto brilla con luz propia una actriz: Teresa Urroz, esa gran todo terreno que admiro profundamente y que le pongan lo que le pongan,
drama, comedia, tragedia o lo que sea, siempre está sobresaliente; además de haber dado muestras de su habilidad para la dirección y textos propios en otros de sus trabajos. Ya digo, una todo terreno total.
Y luego me apetece dedicar unas líneas a ese eterno dilema
sobre si los personajes famosos que representan modelos a seguir en la sociedad
de masas en la que vivimos, son o no hipócritas cuando viajan a países del
Tercer Mundo en misión humanitaria o en representación de la ONU mientras pagan
suites de 5.000 euros en el Festival de Cannes o se compran bolsos de Gucci por
1500 euracos. O, para ir al grano de la actualidad, cuando Pep Guardiola, figura prácticamente institucional en Catalunya, después de
ser la imagen del Banc de Sabadell y no conceder ninguna entrevista mientras
participa en un documental italiano y hace unas declaraciones que pensaba le
iban a respetar en el 'off', ahora se encadena a un tronco delante del cine
Alexandra de Barcelona que programará el documental 'Los olvidados de los
olvidados', en el que se refleja qué pasa con los enfermos mentales en un
continente tan pobre y tan castigado como el africano. Mi respuesta es bien
sencilla: no me importa que haya una doble moral, el caso es que su imagen, que
es referente para tanta gente, se utilice con un fin de visibilidad para
personas que viven en los márgenes olvidados, lastrados y defenestrados de nuestra supuesta humanidad.
Mejor que lo hagan que no que no lo hagan. Otro clásico,¿se puede ser de
izquierdas y tener millones de dólares o de euros en el banco? Pues sí. Siempre
y cuando seas coherente, contrates correctamente a tus trabajadores, les
concedas todos los derechos que se merecen, los trates bien en las relaciones
diarias laborales -imprescindible- y te atengas a los preceptos políticos y sociales que
supuestamente defiendes. ¿Que esto no siempre pasa? Seguro que no. ¿Que
izquierda y derecha son ya dos borrones de unas ideologías que van a la baja y
pronto serán saldo de mercadillo? Pues sí. ¿Que en Europa la derecha proporciona unos derechos sociales y en favor de su cultura que lo flipas? Pues sí, veáse Alemania y obsérvese Francia, sin ir más lejos. Pero está bien que un tipo podrido
de dinero como el creador de Windows se manifieste a favor del pago de las
transacciones bancarias que defienden Sarkozy y Merkel, o sea, Europa, y que
además dedique gran parte de sus beneficios a obra social. Creo que a la gente
que tiene pasta le ha llegado el momento de que demuestre su solidaridad con la gente que lo
está pasando mal. Ahí se vería quienes son los 'ricos que también lloran' y los
que no tienen ningún tipo de escrúpulos a la hora de mantener un vínculo nulo
con los que sufren. ¿Se puede decir que hemos vivido por encima de nuestras
posibilidades y hemos gastado veinte cuando solo disponíamos de tres? Por
supuesto. Pero, ¿quienes nos regalaban los créditos? ¿Quienes nos inducían al
consumo de dinero inexistente? Digamos que hay responsabilidad compartida en
estos dos jugadores de la baraja. Puedo decir que me salvé de este consumo desaforado por una
cuestión de educación: mis padres son gallegos y jamás han comprado nada que no
pudieran pagar en su totalidad, al contado. Así que tenemos muy poco pero todo nuestro y
ninguna deuda. ¿Contribuye esta educación a que me sienta con superioridad
moral, como he escuchado ya en más de una ocasión en los medios, para acusar de
inconsciencia y culpabilidad a las capas de la sociedad que, confiadas, se
lanzaron al vacío de la deuda eterna? Pues no, ni mucho menos, porque aquí uno deberíamos ser todos.
Vivimos en un mundo de
contradicciones terribles, en el que las cosas son de color café con leche, y
eso cuando el color se hace reconocible, porque empiezan a aparecer nuevos
colores a los que el ojo humano le resulta difícil registrar y, más aún, poner
nombre. La leyes no son infalibles, sean leyes establecidas por la política o
leyes consuetudinarias que se aprenden sin querer a medida que vamos creciendo,
ese tipo de leyes que no ha escrito nadie pero que cada uno comprueba día a
día. Y sí, se necesitan nuevas leyes, pero leyes que provengan de la
conciencia. Puede que no sea necesario registrarlas todas constitucionalmente,
legislarlas de manera tradicional, muchas deberían ir instalándose en el
imaginario colectivo como consecuencia de una moral compasiva, humanitaria y
re-evolucionadora. De manera que no hicieran falta intervenciones armadas que
generan tanta sangre, tanta desgracia y tanta víctima dispuesta después a
convertirse en verdugo.
Sí, ya sé que me voy de unas a
otras y que esto es el cuento de nunca acabar que diría mi querida y añorada
Carmen Martín Gaite, Dios la tenga en su gloria. Pero no me hagáis mucho
caso, haceos caso a vosotros mismos. Al fin y al cabo, ¿quién demonios soy yo? Si es que no somos nadie.
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