Reencontrarse
con los viejos, buenos y sabios amigos siempre es un placer aunque la
mella del pesimismo asome en sus sienes y tú desees decirle, como a
los niños, no te preocupes, todo va a ir bien, porque todavía
conservas cierta esperanza naïf y no puedes dejar de creer; pero
callas y escuchas. Los lazos del afecto y las admiraciones
intelectuales, haya o no discrepancias, hace tanto que se
sedimentaron en la memoria de la relación que ni siquiera
afirmaciones del calibre 'vivimos el ocaso de la democracia' menguan
este amor amigo.
Como
mi amigo vive fuera de Barcelona y es un hombre ciertamente ocupado,
nos vemos poco y nos queremos mucho. Luego también está el vínculo
de los ancestros: los gallegos tenemos un especial imán sentimental
por otros gallegos. Puntualizo: no por todos, pero sí por muchos.
'No sé adónde vamos a ir a parar, pero no creo que sea mejor. La
vieja democracia, tal y como la entendíamos hasta ahora, agoniza'. Y
está enfandado. Defraudado.
Cuando
te reencuentras con una amigo que vive no solo en la actualidad, en
las relaciones de pareja, en las de familia y en esto que llamamos
vulgarmente realidad, también sueles contarte las lecturas, los
autores o las autoras descubiertas, las películas, todas aquellas
cosas que, aparentemente inexistentes, tienen una vital importancia
para nuestra nutrición, no digo intelectual, que me parece
pretencioso, sino de pura sanidad del alma, que más que pretencioso
es elitista, es cierto. 'Somos lo que leemos', afirma mi amigo y eso
recompensa todas mis locuras imaginarias de letras, diálogos nunca
dichos y poemas escritos en la oscuridad de una libreta de metro. Y
mi amigo luego lo enlazará con una apreciación brutal, de bisturí, 'estos políticos que tenemos ahora no leen nada, ¡pero
nada! El presidente, por ejemplo, solo lee los informes del partido,
¡lo ha dicho él mismo!'.
Mi
amigo, al que muchas veces miro desde dentro con una mezcla de
admiración, cariño y discrepancia, se lanza al fatalismo de la
aceptación relativa de aquél que después de hablar conmigo se
plantará en una buena mesa, elegirá un par de platos con enjundia
gastronómica y beberá tres copas de vino exquisito antes
de volver a plantearse si quizás debiera empezar un nuevo régimen.
Sí, se lanza al fatalismo tranquilo del que da por perdida la chica pero va a intentar seguirla pasando bien, y remata su disgustado discurso: 'No hay ni un solo político con
talento en el panorama. Me duele decirlo, pero no voy a votar en las
próximas'.
De
regreso a casa, la libreta de metro asoma perniciosa y pide paso con
las reminiscencias de la conversación, con esos hilos que enredan
otras madejas. Me permito la licencia de compartir mi lirismo
metroferroviario con vosotros, amigos y amigas, que me leéis en
vuestras pantallas y cuyo rostro, nombre, historia y verbo desconozco
pero que me acompañáis con vuestra lectura anónima y, de este modo
absurdo que nos ha proporcionado la red, me reconforta, virtualmente
hablando.
'Hubo
un tiempo en que los hombres estuvieron cerca de los dioses y en el
que los dioses confiaban en los hombres y los amaban. Esos tiempos
lejanos aún los recuerda la poesía, porque como escribió
Hölderlin, son las cosas de los poetas las que quedan, las que
permanecen. También hubo un tiempo, según cuentan las leyendas y la
historia popular, en el que los sabios gobernaban la tierra, el
pensamiento original era posible y el futuro no se parecía a una
habitación de urgencias en la que el paciente se debate entre la
vida y la muerte cada día, a todas horas, sin consciencia de la
transcendencia que tiene para todos su supervivencia; su vida, su
propia vida.
Sí,
hubo un tiempo en que fuimos mejores, eso dicen, pero yo todavía no
lo recuerdo y cada noche me duermo en paz con los párpados de mi
alma en línea recta con mi corazón. Y al despertarme miro a mi
alrededor, me palpo el pecho y me alegro de que el latido de mi
esperanza, cara oculta de mi conciencia, conserve al menos su
arritmia, su atípico voltaje. Quién sabe si en uno de estos
amaneceres nos reconciliamos con la justicia poética y volvemos a
acercarnos a eso que dicen que fuimos. O que pudimos ser. Tantas
expectativas se pone en el ser humano, que es fácil truncar el
camino.'
Pero
no me hagáis mucho caso, seguíos a vosotros mismos o a quien
consideréis con la sabiduría suficiente para alumbraros. Y recordad
que la luz sin sombra no tiene sentido.
P/D.
En medio de la vorágine económica nos irán metiendo goles
estúpidos, de esos en el que el portero, en un resbalón o en una
confianza prepotente, le entrega la pelota al delantero que venía de
fuera del campo y como una exhalación enchufa el cuero al fondo de
la red: ¿qué pasa con la central nuclear de Garoña? El anterior
gobierno la clausuraba -con toda la dificultad que eso comporta- en
el 2013. El PP está pidiendo informes -favorables, imagino- para
poder alargar su vida activa hasta el 2019. To be continued.
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