Dormía
con gafas.
Leía
sus sueños.
Marta
Pessarrodona
Cómo
aparecen y desaparecen las cosas y las gentes es algo que me tiene
fascinada últimamente. Aparecen claveles en las tierras de los
árboles, notas de amistad enervada en las aceras, llaves en los
descensos de las montañas sagradas, sobres para cartear el futuro,
bolígrafos inspirados en plumas en los que se secó la tinta,
sonrisas de niños ausentes en los vagones de metro, niñas que
repiten en letanías de profundo amor ¡mama, mama, mama!...
Desaparecen papas cansados, castigos ejemplares contra abusos de
poder y tráfico con robo al erario público, cadáveres de todas esas guerras que los telediarios nos ahorran porque nieva y
el temporal de la península nos tiene acongojados ante la inminente
llegada de la primavera, amigas que están y no se ven, amores que se
van y no volverán, independentistas guapas que ponen rimel en las
solapas de mi poesía, encuentros en la noche tras recitales
'unplugged' con risas cargadas de llanto 'te veo, te veo'... Y en el
fondo, qué pocas cosas son importantes de verdad, imprescindibles
para seguir viviendo, para seguir bailando.
Se
alejan también las alarmas, las sirenas, las noches con sol en vela, las
luces que deslumbran en el corazón, los equipajes en rebajas, las lluvias de marea negra, los billetes reversibles... y queda
solo un frágil equilibrio colectivo que depende tanto de las cosas
que se hacen bien como de las cosas que se hacen mal. Y en esta
imperfección continua que es vivir a tropezones con largas pistas de
patinaje artístico, vamos cambiando progresivamente para nunca dejar
de ser nosotras mismas. ¡Qué curioso!
Luego también están las olas solidarias, los yes we can que se oyen por las esquinas, la unión en favor de lo esencial extirpando matojos de ideologías sangrantes, manos en cadena aplaudiendo lo común, amabilidades y respetos varios en la discrepancia. También, también.
Y tantos otros fluires que sería interminable de relatar pero que de algún modo todos vamos oliendo, escuchando, sintiendo.
Y ahora
que he aprendido a mirar el cielo, resulta que es cuando mejor veo
mis pasos, mis huellas en el suelo. Un día me voy a abrir la cabeza contra el suelo de tanto soñar, creo que escribí hace años. Pero resulta que mis
sueños han abierto la puerta del corazón y de la vida misma, tras
muchos tramos abruptos, simpáticos y a veces también seductores.
Lo
dice una de mis maestras, Nuestra Señora de Martín Gaite: lo raro es
vivir. Sí, lo raro siempre es vivir. Y ahora incluso, lo bueno, lo
auténtico, lo único, es vivir.
Brille el sol cuando pueda.
2 comentarios:
Eso, vivir, y con optimismo, que ya va siendo necesario.
:) eso, eso, vivir...
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