Por
mucho que busquemos en libros, en manuscritos antiguos, en árboles
de la ciencia, en microchips avanzados o en el mismísimo Santo
Grial, la respuesta siempre está en la vida. Y a menudo reside en la
propia pregunta. Y a menudo dentro de nosotr@s
mism@s.
Existe la creencia generalizada -aunque no se admita a viva
voce
porque el progreso, la ciencia y la tecnología han comido mucho territorio a la fe, cuyo fundamento se sustenta en el no saber a
ciencia cierta pero creer desde esa cosa inabarcable, no demostrable
que es el alma- de que todos traemos un destino a cumplir. Lo que no
sabemos es cuál. Y si lo sabemos, lo ponemos en tela de juicio.
Dudamos. Pero claro, no tiene por qué ser un destino grandilocuente,
que es lo que la gente piensa. Puede ser simplemente un destino de
cadena, un destino de testigo. Poca gente que crea en las
reencarnaciones, por ejemplo, admite que tal vez fue un soldado
azteca que murió en primera línea de combate sin pena ni gloria,
todos quieren ser Moctezuma o la Malinche o Ramsés II; tod@s queremos permanecer
en la memoria. Sin embargo, nada más noble que tener la voluntad del
olvido. Como decía el gran Machado...Nunca persequí la gloria, ni dejar en la memoria de los hombres mi canción.
El
otro día me tropecé con una película titulada El guerrero
lumínico, protagonizada por el siempre interesante Nick Nolte. Habla
del complejo aprendizaje que es la vida y cuan sencillo puede
tornarse a poco que vivamos el aquí y el ahora, el presente más
puro. Cómo, si nos desprendemos de toda esa basura mental que
acumulamos a lo largo de las horas, de los días, de los meses, de
los años, podemos llegar a tocar nuestra propia esencia. Primera
lección de un guerrero consciente: no saber. Se le da tanta
importancia al por qué, al logos, a la razón, que perdemos de vista
lo maravilloso que es entregarse a la incertidumbre, al no saber: al
descubrimiento. Y ahora me atrevo a enlazar, con salto vital
incluido, con unas palabras que encontré en el prólogo de 'El libro
tibetano de los muertos': El núcleo del descubrimiento de Buda fue
la realidad esencial de la libertad, que, subyaciendo a la realidad
de la existencia, está la inmediatez de la libertad total, sobre
todo la libertad del sufrimiento, de la esclavitud, de la ignorancia.
Sin embargo, no estoy segura de que las personas queramos vivir en
verdadera libertad: es un vértigo al que ni estamos acostumbrados ni
nos apetece surfear. Lo he visto. Lo he comprobado en cosas muy
pequeñas.
Por
eso en lo que sigo creyendo firmemente, a pesar del ser humano en el
que a rachas todavía le profeso fe y esperanza y otras repudia y algunas indiferencia, es en algunos
especímenes de nuestra comunidad global que hacen gestos, símbolos, que
abren caminos hacia un futuro que tal vez otros se atreverán a
traspasar y convertir en hechos, en evolución verdadera. Creo en la cadena de vida histórica.
Del mismo modo que heredamos otras cadenas, también heredamos alicates
para cortarlas; incluso actos realizados por otros y otras que nos
impulsan a continuar su tarea, su misión, su destino y convertirlo
así en el nuestro propio. Creo que si alguien abre una puerta, llegará alguien más que cruce el umbral. Y creo que luego vendrá alguien que cruzará ese umbral y regresará para contarnos lo que ha visto, lo que ha vivido.
No
seré yo, claro, pero tal vez serás tú. Qui lo sa. Vivere senza
paúra.
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