Hay dos épocas del año para hacer balance. Una es cuando abandonamos diciembre y miramos atrás para despedirnos de lo vivido y abrimos la puerta de lo nuevo el primero de enero. La otra, cuando las vacaciones de verano se acaban y oteamos los primeros días de septiembre convocando a la magia del otoño y toda la fuerza de su creatividad. Como cuando íbamos a la escuela, al Instituto y luego ya a la Universidad, todo tiene otra oportunidad en los albores de septiembre. Esos días de regreso a los espacios comunes, a las caras de la cotidianidad anhelada, al curso donde suceden los grandes y pequeños acontecimientos de la vida, esos instantes de esperanza que he escuchado trotar tantas veces en mis adentros. Si me concentro, puedo sentir chispas de euforia nacidas en los primeros días del septiembre mediterráneo. Son destellos de aplauso de lo que todavía no ha ocurrido y luego nunca alcanza las expectativas. O sí, pero de otro modo. Siempre de otro modo.
Ahora miro atrás y el tiempo y mis
apreciaciones están comprimidos en mis libretas. Descubro infinidad
de notas que han querido convertirse en artículos breves, en
reflexiones largas, en visiones con ganas de emerger, en
recomendaciones que solo ahora puedo hacer aunque lleguen tarde. ¡Y
qué si es absurdo recomendar una obra que ya no está en cartel!
¡Está en mi memoria! ¡Recomiendo encarecidamente Baby Bum
de Accidents Polipoètics! Ese par de locos ultrapoéticos que
siempre que los vuelvo a ver hasta mis tripas los aplauden. Tuve la
suerte de que mi buena amiga Carme Tierz me invitara al
estreno: ¡qué gozada! Les recordamos
que si te haces a ti mismo, te sobrarán piezas. Así
comienza este pequeño pero gigante espectáculo de estos dos
atorrantes y lúcidos poetas. Las
mujeres que se pintan las uñas están preparando su fuga.
¡Dios, qué grandes heteros! La quería
con todas sus fuerzas pero detestaba hacer ejercicio.
¡Enorme! Dejamos de ser niños en el
momento en que comprendemos por qué Sofía Loren se casó con Carlo
Ponti. Solo el genio de tamañas imaginaciones puede
pergeñar una afirmación de tal calibre. A poco más me atraganto con las carcajadas. Peluquería: ¿se hacen mechas las mujeres a
punto de explotar? Esteticienne: ¿La
permanente de la mujer hace trascendente al hombre? Vivió una vida
llena de errores, acertó. Existencialismo: vivir la vida como si
fuera una fiesta a la que no has sido invitado. Mercado negro: El
otro Judas lo hubiera hecho por 29 monedas. Esperanza: al final de la
luz siempre hay otro túnel. Final: Ante la confusión de quién es
el enemigo exigimos el retorno inmediato de Fraga Iribarne. Señoras
y señores, recuerden que lo malo de las palabras es que se ponen
perdidas de letras. Accidents Polipoètics,
tienen cuerda para rato, por parafrasear uno de sus polipoéticos
escritos. Estés en la playa, en el monte, haciendo trekking en la
copa de un pino africano o en la cima de unas estanterías de un
supermercado finlandés, por favor, ve a verlos cuando
representen cualquiera de sus múltiples y orgásmicos recitales
polipoéticos, no solo no tienen desperdicio sino que no
tienen complejos a la hora de ser elegantemente ostentosos en su
simplicidad más genuina cargada de humor y fina ironía. Te haces
más inteligente entre su público, te parece que te están diciendo,
recordando, recitando algo que tú has pensado, imaginado, escrito,
recitado, interpretado o lo que sea antes, solo que en el campo
cuántico del conocimiento Xavier Theros y Rafael
Metlikovez lo pillaron antes y te lo devuelven brillantemente
afilado por sus urpas sin limar, porque ellos son de los que se
quedan, de los que se quedan en tu memoria y en tu corazón.
Estuvieron del 22 de mayo al 8 de junio en La Seca de Barcelona. ¡Qué vuelvan!
Otro gran momento escénico que he
querido escribir y reconocer pero que no he podido hasta ahora mismo,
sucedió en el Lliure de Gràcia. Mi buen amigo, Xavi Abad,
me invitó a ver Dies feliços, de Beckett con
dirección de Sergi Belbel e interpretación de Emma
Vilarasau. Asistí a la consagración de una actriz ahora sí
definitivamente intocable. Ya lo era,
¿no? Me replicó
una buena amiga al relatarle la experiencia con el relato
pormenorizado de la ovación final durante varios minutos y con el
público de pie, incluido el Conseller de Cultura y otras
figuras de la profesión. Rendición y pleitesía de una platea
entregada a un abanico interpretativo francamente impresionante. Si
tenía mis dudas con respecto al montaje -que no al texto, un gran
clásico que se renueva tiempo a tiempo y nunca pierde su furor y
actualidad- se disiparon en el transcurso de la obra. Me encantó esa
propuesta pos Ikea-Custo New Fashion in
New York Outside o cómo ofrecer un traje a medida de
un clásico a una actriz de presente con nupcias de futuro
inolvidable. De pronto, me vino aquella escena magistral de Agost,
de Tracy Letts, también dirigida por Belbel en el
Nacional, final del segundo acto, en la que el personaje de la
misma Emma Vilarasau, con su aguda e inquebrantable voz grita
Ara mano jo! (Ahora
mando yo), en alusión a recoger el relevo de la mater familia
interpretada por Anna Lizarán. Sobran las palabras. Aparte de
que a ningún crítico se le hubiera pasado por la imaginación en
los últimos años hacer una crítica desfavorable sobre cualquier
personaje interpretado por Anna Lizarán (eso es ser
intocable), ¿quién recoge el testigo? Sé que son dos perfiles de
actriz muy diferentes. Pero ambas comparten el riesgo de querer hacer
siempre cualquier papel: versatilidad. Una característica al
alcance de muy pocas. Eso sí, nadie se pasará nunca como se pasaba
Anna Lizarán. ¡Qué arte con la
desmesura!
En los últimos días, la muerte de
tres intérpretes notables nos ha tocado. La más cercana Mercè
Anglés, cuya desaparición me consta que ha afectado a la
escena catalana y que para mí va tan ligada a aquella salita
entrañable del carrer Perill de Gràcia llamada Artenbrut.
Después Robin Williams, actor de licuoso talento que realizó
intepretaciones maravillosas en películas inolvidables como El
club de los poetas muertos o El rey pescador,
por citar mis dos preferidas. Y por último una muerte que ha
despertado mi memoria personal: Lauren Bacall. No solo porque
tenía el mismo nombre que yo sino porque una vez coincidimos en el
mismo espacio y tiempo: en los lavabos de un edificio espectacular de
Nueva York en cuya sexta planta se celebraba un homenaje a Arthur
Miller. ¿Qué qué hacía yo allí? Habíamos viajado mi
compañera Àngels Aymar y yo como resultado de un intercambio de
autoras. Magnòlia, de Aymar y La vida
somiada, de una servidora, fueron interpretadas como reading en una sala llamada The Players el 19 de mayo de
2001, justo antes de la caída de las torres. Debía ser el 17 o el
18 de mayo. Àngels, que era mi traductora oficial, pues por
aquel entonces mi inglés aún era mucho más defectuoso, me dijo,
nos han invitado al 'lunch' commemorativo
de los 50 años de la sala que este año se hace entorno a la figura
de Arthur Miller, ponte otra cosa que no sea tejanos. A
lo que repliqué. ¿Pueden
ser unos tejanos negros? No parecen tejanos... Es que no he traído
nada más. Como no hablaba inglés, solo catalán con
Àngels y castellano con Marion Peter Holt, el traductor
oficial de Àngels así como de otros renombrados dramaturgos
como Belbel o Batlle, lo que hacía era comer a todas
horas. Para mantener la boca ocupada. Y cuando no tenía la boca
ocupada, visitaba los lavabos de todos los edificios en los que
entraba. Entré en aquel lavabo y a la primera que vi fue a la actriz
que interpretaba a Blanche en Las chicas de oro,
no recuerdo su nombre, y después, con su porte mayestático, como
salida de un fotograma en blanco y negro pero sin humo, Lauren
Bacall abrió la puerta y se lavó las manos. La miré poco. Me
hubiera quedado embobada. ¡Guau! Estaba al lado de una
estrella del Hollywood dorado, yo, una pobre mindundi que
había escrito una obra que habla de las personas que se deciden a
llevar la vida que quieren y las que no son capaces de apostar por
eso y siguen dormidas. Quizás debí mirarla un rato más
largo, a riesgo de parecer una paleta. Seguro que me hubiera
despertado entonces y no hubiera hecho falta llegar al dos mil doce.
Dios, los maya, los inca, los toltecas, los celtas, el continente
americano y el espíritu del Gran Manitú la tengan
entretenida jugando una gran timba de póquer y silbando
despreocupada, pues allí no importa si vienes o no, el tiempo, el
espacio y el alma son otra cosa.
Entretanto, septiembre espera con su sombra alargada penetrando en el Mediterráneo. Vengo.
(*) Fotografía Barcelona Blue de Gertrudis Losada
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