Cierto es que la ficción precisa de sentido y la vida, por mucho que
siempre hagamos servir la frase, 'será por algo', no necesariamente
tiene sentido, solo múltiples lecturas.
Quizás la vida no sea un círculo, cuyo principio y final no
se sabe exactamente donde situar, pero sabemos que se hallan en algún punto del círculo. Quizás
sea más bien una línea recta, con sus curvas implícitas y sus cruces continuos, de itinerario incierto. Una línea que no se acaba nunca
ni tiene un sentido determinado más allá de la propia vida en sí y
lo que en cada momento se hace, que normalmente es lo que queda para
la historia si es desde el centro de poder, para la memoria, si son actos de la intrahistoria.
Sin embargo, en esta sociedad en la que vivimos, donde casi nada nos
conmueve o nos sorprende, voy en el metro y aparece un chico joven,
con un perrito de apenas unos meses. Su acento es francés y la voz le tiembla
como cuerdas de arpa que recuerdan que es una persona quien habla,
quien siente, quien reclama su dignidad. Sus dientes tienen un
principio de podredumbre marrón y su piel enrojecida parece víctima
del tiempo a la intemperie. Cuando lo miro, hace ya unos segundos que habla.
- ... duermo en la calle y hace mucho frío... y hay ratas... Llevo 6 meses
esperando una plaza en una casa... Me siento abandonado... Soy huérfano
desde los siete años. Eso es muy duro... Muy duro... Le tengo que comprar comida a
mi perrita que es muy joven y eso cuesta dinero. Lo siento, lo siento
mucho. Pero me siento abandonado... Lo siento, lo siento...
Habla a borbotones, sin ritmo, y sus respiraciones son quebradizas, casi parecen reclamos existenciales de enfado y tristeza: ¡estoy aquí! Se detiene por el ruido del vagón,
vuelve a su discurso cuando logra recuperar el equilibrio, pero al
escuchar el verdadero aullido de su discurso, me siento abandonado, me emociono, se me llenan los ojos de lágrimas, y aunque estoy en
las últimas, me digo a mí misma que para mí cincuenta céntimos no
es nada y sin embargo puede ser parte de una latita para ese perrito
que le da la compañía que su destino no le ha sabido
conceder. Sí, he visto a algunos mendigos labrarse un lamento
verosímil que minutos más tarde han deshecho con una llamada
telefónica a alguien a quien conocen. Pero, esa no es la cuestión.
Eso solo responde a las justificaciones absurdas de nuestra miseria.
El chico mira las monedas caer en el vaso de plástico y me da las
gracias. Sigue adelante del vagón y otra chica le da algo. Siempre
pasa, cuando alguien mira y da, contagia a otros que también
escuchaban y no daban.
La discusión con mi madre y otras personas de su época siempre pasa
por el qué harán con el dinero, pero yo siempre pienso qué harán
con tanta soledad. Me da igual si compran vino para calentarse el
alma y quizás no es esa la medicina para su corazón. Solo sé que
lo único que tengo es mi respeto por la dignidad humana, sea la persona que tengo enfrente pobre o rica.
Cualquier cambio de conciencia empieza por los pequeños gestos. Por
una mirada que escucha al otr@ y lo reconoce. Si quieres, ponemos sinónimos. Solidaridad por piedad. Compasión
por misericordia. Pero no cambiemos empatía por indiferencia.
Aunque ya sabéis, lo que digo siempre, haceos caso a vosotr@s
mism@s, a vuestra experiencia, descubrid
a través de vuestro corazón o a través de la experiencia y
conocimiento de quienes consideréis con autoridad moral digna de
vuestra confianza.
Buen lunes, feliz semana.
2 comentarios:
Muy hermoso, Laura. Muy bien explicado. Sencillo y directo. Gracias.
Gracias por la lectura y la visita. Un saludo afectuoso.
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