- ¿Adónde vas a ir? Eres negra, eres pobre, eres fea, eres mujer. No eres ná de ná.
- Maldito seas hasta que acabes de pagar tol mal que me has hecho, to lo que pienses se te torcerá.
- Puede que sí, puede que no.
De
El color púrpura,
dirigida por Steven Spielberg con guión de Alice Walker, basado en
su novela homónima.
Siempre
pensé que a la frase le faltaba bollera. Eres negra, eres pobre,
eres fea, eres mujer, eres bollera.
Leí
El color púrpura de Alice Walker después de ver la película. Tenía
catorce, quizás quince. Una novela epistolar. Las cartas son
un género de esos que llaman femeninos. Soy escritora también de cartas. He escrito y mandado cientos. Recuerdo perfectamente que
todas las cartas se las escribía a Dios, que también era mi Dios.
Querido Dios. Siempre que veo la película lloro. Acostumbra a
pasarme con las pelis de Spielberg. No voy a entrar en su cine ahora. Solo lloro. Como lloro cada vez
que me llega una noticia en la que la violencia contra las mujeres es
la protagonista. Tantos nombres de mujeres muertas en el camino, que
se perderán y que han provocado mis lágrimas, tus lágrimas, las lágrimas de tanta humanidad.
Otra
película, Una extraña entre nosotras, del maestro artesano Lumet, me hizo
saber que el Talmut dice que una lágrima de mujer contiene el mundo.
Lágrimas de rabia, lágrimas de dolor, lágrimas de pena, lágrimas
de valor, lágrimas de coraje, lágrimas de impotencia, lágrimas de desesperación, lágrimas, lágrimas, lágrimas congeladas, punzantes, hirientes. Lágrimas negras de espanto, de terror. De lo innombrable. Lágrimas que lavan el salvajismo
del mundo mientras otras lágrimas de sangre perpetúan el horror.
En
una cena, mi amiga Carme Porta, me dijo, define sociedad moderna. Me parecía que la mía lo es. Todavía lo pienso. Lo creo y, si dudo, confío en que lo sea. Porque a ratos lo es. Hace unos días le envié un correo con un intento de definición simple.
Una
sociedad moderna se define por los derechos asumidos de la mujer y el
lugar que ocupa en esa sociedad. Tanto pública como privadamente. El
otro barómetro imprescindible a medir es el estado de respeto y
relación de las minorías que conviven en ella. Incluso ver cuáles
son, si hay. Entendiendo por minoría aquel grupo o tribu social que
tiene identidad propia diferenciada y que pone en cuestionamiento el
'status quo' que prevalece en la mayoría. Y por último, por fin, el
lugar que ocupa la religión y su relación con el poder; ojo, no su
lugar en la libertad de expresión.
Después añadí que sigo elaborando el tema. Sigo elaborando el
tema. Sigo.
Hace
tiempo que no se sabe nada de las 219 niñas-chicas-mujeres
secuestradas en la frontera de Nigeria por Boko Haram. Para el
recital que compartí con la poetriz Jara Coscu, Amigas de lo raro,
leímos mi antipoema Ya no son 200; lo escribí sin querer, nunca quise escribir eso. Me pregunto también qué les pasa a las niñas, a
las mujeres de tantos lugares del planeta que son apresadas, torturadas, violadas, golpeadas, abusadas, vendidas
y obligadas a prostituirse y tantas cosas horribles. Algunas seguro que viven muy cerca de nuestras casas, pero están silenciadas, nadie las oye, sin embargo nos llega su dolor, porque nosotras, las otras, seguimos llorando.
El otro día, a las que os lloramos, nos llega una carta, de las chicas argentinas asesinadas por negarse
a mantener relaciones sexuales. Otra carta al mundo escrita por una mujer, por una mujer muerta. La leemos y volvemos a llorar. Un día vamos a llorar tanto que los tímpanos van a empezar a reventar.
Hace
rato que no puedo hablar desde la razón. Desde el intelecto.
Defender que en mi ciudad se puede caminar de noche. Que no pasa
nada. Que no soy valiente, que solo es una necesidad que tengo, que
puedo disfrutar. Que sé que puedo, si quiero. Que si hay
miedo, hay que desterrarlo y sin embargo ocurren tantas cosas, de
noche y de día.
La
última vez que hice a pie el camino de Los Milagros, como me gusta
hacerlo, desde la puerta de casa de mi madre, en la segunda jornada,
seguí caminando hasta el pueblo de mi padre. Fue extraordinario
llegar a la entrada de aquellas montañas tras veintiséis años de
ausencia. Allí, entre montañas y recuerdos, agotada y feliz, cogí el móvil y marqué
el número de mi padre.
- Papa, ¿a que no sabes dónde estoy?
- ¿Qué haces hija?
- ¡Estoy en el Castro, papa! Es maravilloso.
- ¡Hija, pero cómo haces eso? ¡Ten cuidado, hay lobos, ten cuidado!
Mi
sensación de plenitud chocaba frontalmente con el miedo que mi padre
mostraba. No hablaba de lobos metafóricos, hablaba de los lobos de
toda la vida, de los mismos que llenaban las historias que me
contaban mis abuelas.
El
lobo anda suelto, es cierto, pero nosotras, tengamos miedo o no,
vamos a salir al camino. Y no es valentía, se llama libertad.
Me
gusta caminar de noche. He hecho muchas, muchísimas veces el camino
Barcelona-Santa Coloma escuchando música. En días y horas
solitarias, entre semana. No sabéis lo maravilloso que es cruzar los
puentes de Santa Coloma así, disfrutando de la noche. Caminemos. De
día, de noche. Siempre.
BSO, Miss Celie's Blues, por Margaret Avery.
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