El silencio de los domingos por la
mañana aún es más hermoso.
El sol llega sesgado hasta el comedor a
través del espacio libre que deja la persiana.
Siguen mezclándose los cánticos de
los pájaros con el monocorde existir de la nevera.
Un incienso arde en la figurita del
jardín de Buda.
Vuelvo a pensar en Promise land,
de Gus Van Sant, que ayer me devolvió unos gramos de esperanza.
Somos hijos de nuestros padres y sus valores, para bien, para mal,
forman parte de los nuestros.
La clave está en el granero que
pintaba con su abuelo.
- Si no lo hacemos nosotros, ¿quién
lo cuidará?
Quisiera escribir historias
esperanzadas, esperanzadoras, pero nunca se me han dado bien. Exceso
de intensidad. Dosis altas de violencia que representan el dolor.
Dolor humano, dolor mundo, dolor propio, dolor pequeño, dolor,
dolor. Además ahora me he puesto a ver The wire, en un
Baltimore decadente, gris, crisis de nuestras crisis.
Leer en el silencio de la mañana es
también un placer. Fragmentos de los clásicos que siempre me llevan
a la Medea. Supongo que sigo sin entender. Son pasiones máximas que
nunca he experimentado. Dios o el destino me libre de ellas. Las
pasiones están bien para cuando sueñas, para estar despierta van
mejor otras sustancias.
La palabra sustancia se adhiere a la
palabra droga. Debe ser la influencia de The wire. Me
sorprende que drugs también sean fármacos en inglés.
Estamos en sus manos.
Cada día es un milagro. Cada día es
un regalo. Cada día es un agradecimiento. Cada día es un canto al
sol y a la lluvia. Cada día. Cada día. Cada día. Cada día.
Cambio cromos de gloria por espacios de
paz infinita.
También quisiera encontrar el hilo a
la comedia. Pero la comedia, como la esperanza, son estados de ánimo.
Como estado de ánimo estoy en otro lugar. Entre el canto de los
pájaros y el motor intermitente de la lavadora.
Estos días de soledad en la casa le
doy mucho valor a la planificación de las comidas. Mi madre siempre
avanza el menú de lo que hará por la mañana. Es una buena
preocupación saber cómo va a transcurrir el día entre las comidas
que lo componen.
Anoche me acordé de mi tía María que
llegó a los ochenta y tantos comiendo solo sardinas en aceite de
oliva y chocolate negro.
Luego pensé que tenía que renovar mis
sueños. Ahora me gusta más llamarlos fantasías.
Funciono mejor. Algo asequible que me
proporcione satisfacciones.
Algo posible.
Ves, estoy madurando.
Me hago adulta.
El estirón me ha costado, a qué
negarlo.
Hay melancolía. Nostalgia no.
Que la vida iba en serio me
impactó con treinta años.
Han pasado diecisiete, vamos sumando.
Confío en los géneros. Tragedia,
drama, comedia.
Cómo varían a lo largo de los meses.
Aunque entiendo aquello que dijo
Almodóvar de que ya no le nacía la comedia.
Luego hizo eso de los pasajeros del
arco iris. Los amantes pasajeros. Obrita menor. Un alto en el camino.
Le tengo confianza a Edwardina Worst,
esta mañana me ha vuelto a hablar.
Cada día es un milagro. Cada día es
un regalo. Cada día es un agradecimiento. Cada día es un canto al
sol y a la lluvia. Cada día. Cada día. Cada día. Cada día.
Nadie nos dijo, por ahí, por ahí, por
ahí se llega a la Promise land.
Sin embargo, escuché esas voces y
seguí caminando.
En mis ratos matutinos aún creo que
existe.
Al menos existe el camino hacia la
Promise land.
Al menos existen gentes cuyas acciones
y valores son mejores que los míos. Que me defienden.
Eso me alienta.
Cada día camino unos pasos hacia Promise land.
Cada día. Cada día. Cada día. Cada
día.
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