Al nacer lo acoges todo solo con una
respiración.
Es una respiración violenta, agresiva.
Te atragantas de aire que
vas llorando.
Creces bajo la mirada atenta de los
adultos que siempre andan sorprendidos por tus logros.
A veces te caes, luego te levantas,
vuelves a llorar, pero sueles recuperarte rápido.
Sigues acumulando. Sobre todo
expectativas. A menudo eres una expectativa con patas.
Aunque lleguen otros, otras, a la
familia, tienes un lugar. Quizás durante unos capítulos vas de
secundario, pero si te aplicas, brillas en algunos planos secuencia
como cuando respiraste la segunda o la tercera vez.
En la adolescencia hay algo que te
enfada o te deprime. Si eres el líder de la clase, no. Si eres el
líder gestionas a la masa como mejor te parece y siempre crees que lo haces bien. Si eres lumpen, lo petas en tu habitación.
Luego en la juventud quizás estudies
una carrera y todavía sueñas con llevarte la vida por delante y
salir del teatro salpicado de aplausos. De hecho algún día despunta
alguna de tus creaciones. Pero la juventud tiene un difuminado
elíptico que enseguida te coloca en tierra de nadie.
Sales de la Universidad y te dices que
la vida empieza ahora. Entonces, ¿qué era el resto? Y aquí en
lugar de acoger, empiezas a querer dejar. A dejar.
Dejar de levantar expectativas lo
primero, que pesan mogollón.
Dejar de fumar.
Dejar de querer a aquella chica o aquel
chico que no te quiere.
Dejar de soñar con ser un gran escritor. Da
igual si pretendías el malditismo o el bestselerismo.
Dejar de poner el foco en los grandes
momentos.
Dejar la casa de tu infancia.
Dejar de estar enchufado a la épica de
la cotidianidad.
Un día, no recuerdas cuándo, dejas de
comprar el diario los días de cada día. Pero algo cambia cuando
dejas de comprarlo los fines de semana. Es definitivo.
Otro día, dejas de hojearlo cuando
está sobre la mesa de la biblioteca.
Otro empiezas a regalar libros que
subrayaste.
Otro te da por romper papelitos que
antes eran tu vida más íntima, la fetichista.
Otro te das cuenta de que hace años
tiraste toda tu colección de entradas del cine con impresión
cronológica.
Otro dejas de oír los pensamientos de
los demás y solo escuchas el tuyo; a ratos.
Otro sabes que lo que has dejado en los
armarios solo es cuestión de tiempo que te atrevas a llevar al
contenedor.
Otro dejas de trasnochar.
Otro cumples doce años sin fumar. Ni
tabaco ni otras sustancias.
Otro te planteas si algún se te
ocurrirá dejar de escribir.
Otro permites que dejar sea una ley en
tu vida.
Claro, un día lo vas a dejar todo.
Eso sobrecoge. Impresiona. Nunca se
está preparado.
La barca de Caronte, la puerta de San
Pablo, el túnel de las almas.
Nada me parecía más romántico que
sentarme a escribir poesía en una cafetería del Greenwich Village,
dice Patty Smith en M Train.
Un día escribes poesía donde puedes y
donde te pilla.
Un día duermes y despiertas.
Un día duermes y duermes.
Un día desapareces.
Un día.
BSO, Canto da Imanja, Fabiano do Nascimento.
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