THE LESBIAN SISTERS

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Fotos de Eugenia Gusmerini

domingo, 19 de agosto de 2012

La marathon de Nueva York




Y seguro que quieres acabar haciendo la Maratón de Nueva York -dice Victoria al teléfono.
Mi mente se pregunta, ¿cómo lo sabe?
- Es el sueño de todo aquel que corre -añade como si me leyera el pensamiento.
No hablaba con Victoria desde hace dos meses, desde el día de mi cumpleaños. Victoria es mi mejor amiga, la persona más racional que conozco y probablemente una de las más inteligentes. Ostenta ese título como mi madre ostenta el suyo o mi hermano el suyo: nunca dejarán de serlo. Aunque pasemos períodos de silencio, de pronto un día encuentras un retazo de papel con remembranzas del pasado y con la única persona que quieres, que necesitas hablarlo, analizarlo, darle vueltas y más vueltas, es con 'tu mejor amiga' porque sabes que ella dará con detalles que tú, después de leer el texto unas veinte veces, has sido incapaz de ver. Y en este verano en que el calor aprieta, me he puesto a correr a diario y he regresado puntualmente a la literatura estrábica de Juanjo Millás y me he vuelto a reír de lo lindo con su estilo siempre original, se hacía imprescindible una conversación con Victoria; por la nostalgia de pura literatura, claro.
Entonces comprendí de súbito que uno se enamora del habitante secreto de la persona amada, que la persona amada es el vehículo de otras presencias de las que ella ni siquiera es consciente. ¿Por quién tendría que haber estado habitado yo para despertar el deseo de María José?, acierta el gran Millás en un pasaje de 'El mundo'. Eso mismo me preguntaba yo con el último arrebato amoroso que me cogió en primavera. '¿A quién ve en mí que le provoca tanta bronca?', me preguntaba. Justo lo que también le pregunta el propio Millás en la habitación del hotel de la calle 42 de Nueva York en uno de los desencuentros con el amor de su infancia. Así mismo se lo dice: Te lo preguntaré de otro modo: ¿Por quién estoy habitado desde que nos conocemos para haber provocado tu rechazo? ¿A quién ves en mí que tanto te disgusta?. Merece la pena leer toda la novela por ese encuentro revelador en Nueva York entre Juan José Millás y la tal María José. Una siempre piensa qué pasaría si se volviera a encontrar con su gran amor y fantasea con conversaciones estupendas y reencuentros idílicos, cosa que la realidad acostumbra a negar; gusta leer que le pasa a otros, porque la literatura tiene esa magia, mientras lees ocurre de verdad. Leer es otra forma de vivir. Es en períodos intensivos de lectura, como el que atravieso ahora en el pueblo, que veo claro por qué tantos escritores afirman tener una primera vocación de lector más que de escribidor. Afirmación a la que nunca he llegado.
- Ahora estoy en ocho kilómetros diarios a un ritmo lento, pero llego, que es lo importante. Y el otro día paré cinco minutos en casa después del circuito, salí a buscar a mi madre y a mi hermano y me hice seis más. No me lo podía creer.
- A mí no me gusta correr -dice Victoria. Pero entiendo que engancha muchísimo.
- El 16 de septiembre es la Cursa de la Mercè, la quiero hacer. Son 10 kilómetros por llano. ¡Pero hostias hay que pagar!
- ¿Qué te crees? La Maratón de Nueva York te vale más cara que el billete de avión ida y vuelta.
- Estoy pensando en correr la Mercè de alegal, sin dorsal, en plan comparsa...
- Total, ¿qué te van a hacer? ¿Detenerte? ¿Meterte en la cárcel? 
- Eso, ¿qué pasa? ¿que no se puede correr en Barcelona o qué?
Nos reímos. Le digo que voy a ir a verla a finales de agosto si mis planes no se quiebran, que necesito enseñarle una carta que ha aparecido de repente entre mis cajas, una 'nota larga' que no sé de quién es pero que me ha sacudido el corazón con fuerza retrospectiva.
Luego, mientras me entreno para la Maratón de Nueva York, con la mirada puesta en el horizonte que se apaga anaranjado y me parece que mi ritmo se ha intensificado con respecto a días anteriores después de la vitamina que siempre supone una conversación con Victoria, me doy cuenta de que también cabe la posibilidad de que esa carta no esté dirigida a mí. Sin embargo, ¿qué hace entre mis cosas, mezclada con otras cartas personales, dentro de una de mis cajas? Desde que la encontré en mayo que mataría por saber quién la escribió y, por si acaso, a quién va dirigida. Desde mayo que pienso que me hubiera sido inevitable enamorarme de alguien que escribe así si en su momento lo hubiera sabido. Desde mayo que no puedo dejar de pensar, ¿y si fue ella? ¿Por qué no llegó a tiempo? Esta es la clase de cosas que se leen, que no suceden, y sin embargo, tengo la prueba de que alguien, una vez, pensó en mí como a mí siempre me gustó que me pensaran si me querían.
Ayer, por cierto, el sueño de la maratón de Nueva York se alejó un poco, me dio mi primera pájara y me costó tremendo esfuerzo llegar a casa. El circuito empieza y acaba en la puerta de la casa de mis antepasados. Eso sí, completé el ocho, arrastrándome, pero lo hice.

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