Mucha locura es juicio divino -
para el ojo más sagaz -
mucho juicio – la más estricta locura -
para la mayoría
en esto, y en todo, prevalece -
asiente – y eres normal -
disiente – y eres directamente peligroso -
y manejado con cadenas -
Emily Dickinson
Pequeños gestos, grandes cambios
Ana Pastor
Cada mañana al levantarme miro el mundo para ver si ha cambiado
mucho con respecto al día anterior. Intento observarlo -sobre todo escucharlo-
para sentir que seguimos teniendo una oportunidad de transformación de verdad, en un sentido más justo. A veces lo hago a pesar de ciertos instantes de
electrocutización y paralisis cerebral y emocional, en los que miro, veo, leo o me entero de actos cometidos por
el ser humano -y no me refiero solo a sus grandes miserias sino más bien a las
pequeñas, esas que nos hacen mezquinos y perversos y corrompen el alma tanto
individual como colectiva- y me pregunto si estos mamarrach@s se merecen el
sacrificio, la voluntad y la justicia que entregan algunos seres humanos
buenos. Y me pregunto si ese esfuerzo titánico, que no solo responde a una esencia propia
-reivindico por ejemplo la inocencia como actitud vital, más allá de una virtud
natural- sino al compromiso y la constancia, tiene algún sentido, si
realmente sirve para algo en medio de esta selva de intereses ruines -hay intereses dignos- y destrucciones varias. Si toda esa
dedicación, que por mucho que algunos digan, intenten convencernos,
no puede pagarse o comprarse con dinero porque no tiene precio y algunos
seres humanos todavía no están en venta, esa entrega libre, desinteresada, puede ayudarnos a ese tránsito que siento y presiento tan necesario.
Ese grupo de elegid@s -y no estoy segura de si para la gloria o el matadero público- que entregan lo único que tienen, ya sea vida o sabiduría o las dos cosas, tanto a pequeña como a gran escala -depende de su ámbito de influencia-, no lo hacen por el dios dinero, ni por el dios patria, ni por el dios poder, ni por el dios ambición desmesurada... lo hacen porque todavía creen que merecemos una penúltima oportunidad. Así la lucha por la supervivencia se mantiene y el desequilibrio constante no adviene en CAOS destructivo, porque en algún lugar, en algún rincón de esta tierra hay alguien -varios, un puñado de almas- que sigue dispuest@ a dar sin esperar nada a cambio, alguien dispuesto a dar lo único que tiene tan solo por pasar el testigo sin el descrédito y la vergüenza que supone mirar dentro del corazón y preguntarnos en la intimidad: ¿Y qué hice yo? ¿Lo intenté? ¿Di lo máximo que podía dar? Alguien cuya esperanza es superior al dolor de ver la deriva del mundo, alguien que sabe que vendrá otro él, otra ella y seguirá tirando miguitas en la penumbra para guiar a otros, a otras, cuya esperanza seguirá siendo más poderosa que el dolor que le cause la deriva del mundo, del ser humano y su codicia y su afán de autodestrucción. Puede que ést@s sean los seres más solitari@s del mundo y nosotr@s nunca alcancemos a darles el abrazo que se merecen. La soledad de su destino les obliga a la generosidad absoluta.
Ese grupo de elegid@s -y no estoy segura de si para la gloria o el matadero público- que entregan lo único que tienen, ya sea vida o sabiduría o las dos cosas, tanto a pequeña como a gran escala -depende de su ámbito de influencia-, no lo hacen por el dios dinero, ni por el dios patria, ni por el dios poder, ni por el dios ambición desmesurada... lo hacen porque todavía creen que merecemos una penúltima oportunidad. Así la lucha por la supervivencia se mantiene y el desequilibrio constante no adviene en CAOS destructivo, porque en algún lugar, en algún rincón de esta tierra hay alguien -varios, un puñado de almas- que sigue dispuest@ a dar sin esperar nada a cambio, alguien dispuesto a dar lo único que tiene tan solo por pasar el testigo sin el descrédito y la vergüenza que supone mirar dentro del corazón y preguntarnos en la intimidad: ¿Y qué hice yo? ¿Lo intenté? ¿Di lo máximo que podía dar? Alguien cuya esperanza es superior al dolor de ver la deriva del mundo, alguien que sabe que vendrá otro él, otra ella y seguirá tirando miguitas en la penumbra para guiar a otros, a otras, cuya esperanza seguirá siendo más poderosa que el dolor que le cause la deriva del mundo, del ser humano y su codicia y su afán de autodestrucción. Puede que ést@s sean los seres más solitari@s del mundo y nosotr@s nunca alcancemos a darles el abrazo que se merecen. La soledad de su destino les obliga a la generosidad absoluta.
Por eso el post de hoy está dedicado a Malala, mi premio Nobel de la
Paz. La niña Malala, en representación de todas las niñas y todos los niños que
quieren aprender y cuya voz se escucha clara, firme, transparente como el agua que se vierte a través de todo su ser. Malala, una niña musulmana que desafía el integrismo de unos
cuantos con la valentía de lo único que tiene y casi le arrebatan, su vida, su inteligencia, su palabra.
Gracias Malala.
Gracias a todas las Malalas del mundo cuyos nombres no conozco
pero me asaltan en sueños y a veces casi puedo oír sus voces en la oscuridad
adolorida de mi ser.
2 comentarios:
querida laura,
también es para mí Malala un premio Nobel de la paz y la libertad. Un abrazo enorme
Sí, amiga Eva, sí, lo es. Abrazo gigante y besos divinos para vos también, amiga
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