NAWAL.- ¿Y por qué los refugiados agarraron a los niños?
EL MÉDICO.- Para vengarse. Dos días antes, los paramilitares habían colgado a tres refugiados que se habían atrevido a salir de los campamentos. ¿Por qué los paramilitares colgaron a los tres refugiados? Porque dos refugiados del campamento habían violado y matado a una chica del pueblo de Kfar Samira. ¿Por qué violaron a la chica? Porque los paramilitares habían lapidado a una familia de refugiados. ¿Por qué la habían lapidado? Porque los refugiados habían quemado una casa cerca de la colina del cilantro. ¿Por qué los refugiados habían quemado la casa? Para vengarse de los militares que habían destruido un pozo de agua hecho por ellos. ¿Por qué los militares habían destruido el pozo? Porque los refugiados habían quemado la recolecta de grano cerca del río donde corren los perros. ¿Por qué habían quemado la recolecta? Seguramente hay una razón, pero mi memoria se detiene ahí, ya no puedo ir más atrás, pero la historia puede continuar por más tiempo, del hilo hasta la aguja, de enojo en enojo, de pena en tristeza, de violación en muerte, hasta el principio del mundo.
INCENDIOS,
Wajdi Mouawad
La
tetralogía del autor de origen libanés Wadji Mouawad compuesta por
Litoral,
Incendios,
Bosques
y Cielos
recoge como pocas las diferentes manifestaciones y grados de la
violencia humana a través de un género clásico, la tragedia.
Incendios,
entre otras muchas cosas, contempla el amor de una madre por su hijo
y su búsqueda en mitad del horror, y cómo el horror lo penetra todo
hasta llegar al intelecto y al corazón del espectador. El fragmento
con el que abro esta pieza me conecta con los versos finales del
poema Casandra
de Wislava Szymborska, la premio Nobel polaca, cuando la maldecida
por el dios Apolo, rendida a la evidencia que ella misma ha
pronosticado, dice: Yo tenía
razón. / Solo que eso no significa nada./ Y estas son mis ropas
chamuscadas./ Y éstos, mis trastos de profeta./ Y ésta, la mueca de
mi rostro./ Un rostro que no sabía que pudiera ser hermoso.
Cualquier guerra contempla una escalada de violencia que puede nacer
de una semilla diminuta, de una chispa insignificante que prende, que
poco a poco va creciendo hasta convertirse en un franskenstein
imposible de explicar. Al final, la razón poco importa. Importa la
sangre derramada, la violencia que ha consumido a ambos bandos.
Importan las humillaciones y las heridas de décadas, de
generaciones, que dejan.
Uno
de los valores de esta tetralogía es que regresa al género clásico
de la tragedia donde el campo del significante obtiene una dignidad
sublime del significado, pues a menudo podemos observar el uso
indiscriminado de la violencia en imágenes, tanto en ficción como
en medios audiovisuales, sin ánimo moral, sin sentido, por el mero
hecho de que genera interés y promueve instintos primitivos, incluso
benefecios. Vivimos en un mundo donde el consumo de ficción alcanza
hasta la mirada de los propios medios de comunicación y las redes
sociales pues rara vez son vistos -excepto cuando se trata de una
tragedia natural, por ejemplo- con la realidad que se merecen, sino
que son percibidos y seguidos como un relato que va añadiendo
ingredientes a la trama principal que siempre alcanza otro punto
máximo de tensión que conduce a un nuevo escenario, a una nueva
situación, de manera que es inevitable que surja el entretenimiento
desmoralizador, la diversión, aliada con el sentido del humor, con
el género de la comedia y todas sus variantes. Pero, ¿la violencia
es divertida? Los romanos fueron de los primeros en utilizarla como
elemento de control social dando pan y circo con sus juegos a la
plebe, más allá del teatro griego en donde la representación de
esa violencia era suficiente para explicar el mundo y hacer pedagogía
ciudadana. Pero como dice Antonio José Navarro, crítico y ensayista
de cine, especialista en la relación entre cine y conflicto bélico,
la violencia en la ficción
solo tiene sentido si hay reflexión moral.
Si
las cuatro emociones básicas del ser humano son la alegría, la ira,
la tristeza y el miedo, emociones que alimentan las pasiones humanas
y cuya represión o alimento exacerbado puede dar lugar a patologías,
me atrevo a aventurar que el ejercicio de control social pivota sobre
la combinación de cuatro ejes cuyas dosis se vierten desde los
centros de poder sobre la población: violencia, esperanza, represión
y justicia. ¿A través de qué canales? Información y
entretenimiento que contienen constantes mensajes que influyen
determinantemente en el estado de ánimo colectivo; mensajes entre
difusos, confusos y clarividentes en formato simple (como los que
constantemente nos llegan a través de las redes sociales) o en
formato abundante (ensayo, artículos de opinión, literatura) un
formato que parece condenado a la extinción, o bien, a la recepción
de una mínima capa de la población, pues la desaparición paulatina
de formatos como el libro clásico y el aumento de consumo de todo lo
audiovisual, parece indicar que lo rápido y simplista se impone a lo
lento y profundo. Son éstos indicadores que ya, más que anunciar un
cambio en los formatos de ejercer el poder sobre la ciudadanía,
manifiestan la apertura de una puerta que, más allá de la sociedad
líquida que definió Zygmunt Bauman profetiza otro tipo de colmena
colectiva que incluso puede afectar a la materia física de la que
están constituidas las sociedades, sus territorios naturales
geográficos. Y tenemos que
volver a empezar de cero porque todo lo que hemos aprendido con
anterioridad ya no sirve (…) la modernidad sólida fundía los
sólidos mejores; mientras que ahora fundimos sin solidificar
después.
(Artículo publicado en la revista EXCODRA. Sigue en la página 27 de: http://excodra.wixsite.com/excodra)
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