¿Qué?

Abandoné el vestido de frío. Era blanco y puro, pero no servía para la vida. Preferí ensuciarme con la experiencia. Algún que otro lamparón siempre ofrece resistencia a la impecable pulcritud de la perfección. Total, hay que sobrevivir de lunes a domingo y el hecho de que te levantes una mañana no te garantiza que al día siguiente puedas realizar el mismo ejercicio. Depende de los restos del sueño, de los residuos desarticulados de tu cuerpo, del poso de esperanza que te quede, en fin, depende de mil y una cosas que ahora mismo me resulta engorroso detallar. Cada una de vosotras, en el fondo, ya sabe a qué me refiero.
Las verdaderas heroínas cotidianas no son las que con su bayoneta alientan a los soldados a lanzarse como camicaces contra el enemigo. Las verdaderas heroínas son aquellas que sobreviven en silencio o a grito abierto a todos los infortunios que la miseria del día a día impone. A veces pienso que los gramos de amor que nos podemos dar unas a otras y unos a otros y unas a otros es lo único que le da un poco de sentido a todo este enjambre de avispas de rabia. A toda esta jauría de lobos hambrientos que somos.
Entiendo que hay una esencia violenta que se esconde en los rincones oscuros de nuestra alma. Pero también entiendo que a nuestro monstruo, como dice una amiga mía, hay que mirarlo de frente y plantándole cara decirle: ¿qué? Y si sólo matando, asesinando, violando, mutilando, torturando el hombre se siente dios, entonces es que realmente la vida la hemos enhebrado muy mal en los últimos siglos.
Abandoné el vestido de frío pero empezó a nevar.

P/D. Enhorabuena a Maruja Torres por el Nadal. ¡Qué premio más bonito!