THE LESBIAN SISTERS

THE LESBIAN SISTERS
Fotos de Eugenia Gusmerini

miércoles, 2 de febrero de 2011

Fue bonito mientras duró


La actriz regresó sola a casa, como hacía cada noche. La única compañía que tenía eran los tres o cuatro minutos de aplausos del público, esa masa anónima que reconocía un trabajo de locura que tenía el vértigo de la adicción y la atracción por el precipicio. Llegar hasta donde había llegado no había sido fácil. Las épocas de soledad total habían sido constantes. Los trabajos alternativos muchos. Hasta que un día Lionel Baker llegó a Barcelona e hizo aquel cásting salvaje del que salió vencedora. Desde aquella Lady Macbeth inolvidable, su trayectoria había sido siempre ascendente. Protagonista de series de televisión, producciones en los principales teatros públicos, reconocimiento de la crítica y, sobre todo, empatía total con el público. Porque Joana Valls tenía una especial habilidad para el drama pero también bordaba la comedia, sabía cómo servir el gag, cómo entregarse a la inocencia de los personajes más inverosímiles que despertaban la risa de los espectadores, era la reina de la espontaneidad, siempre parecía que aquello que estaba representando le estuviera pasando en el mismo momento que lo interpretaba. Realmente tenía un don.
Pero su vida privada nunca había estado a la altura de su vida profesional, por eso cuando encontró aquel telegrama encima de su mesa acompañado de la nota de Lola, la señora que desde hacía años la ayudaba en la casa, sintió que su vida se derrumbaba. Esther le pedía que fuera a Nueva York, le habían diagnosticado un tumor. Esther era su mejor amiga, pero hasta su mejor amiga estaba lejos. Le quedaba una semana de representaciones, no se le pasaba por la cabeza abandonar a estas alturas, así que cumplió con su contrato y el mismo lunes después de la última función cogió un avión rumbo a Nueva York. Esther la esperaba en el aeropuerto. Tardó mucho rato en superar la cola de la policía que le hizo todo tipo de preguntas y le tomó las huellas dactilares. Se abrazaron sin decir nada. Nueva York estaba todo nevado y hacía un frío de mil demonios, pero una sensación de paz invadió a Joana. Al llegar al apartamento de Esther se sintió acogida de una manera extraña, como si aquella también fuera su casa. Esther vivía muy bien en Nueva York. Su trabajo como secretaria personal del cónsul español le permitía cobrar un sueldo holgado para llevar una vida acomodada y despreocupada por lo material. Se sentaron en el sofá y durante mucho rato permanecieron abrazadas. Joana hacía mucho tiempo que no lloraba en la realidad, sólo lo hacía en escena.
¿Qué vamos a hacer? - dijo Joana mirándola fíjamente
Joana, no quiero entrar en una degradación paulatina que me lleve a la muerte, no quiero pasar por un calvario para luego morir igualmente
No quiero que sufras – y al mirarla a los ojos, a Joana le pareció descubrir a otra persona distinta a su amiga, como si aquellas palabras la hubieran iluminado hacia un lugar en el que se había transformado en otra persona.
Sin poder evitarlo, Joana se acercó a Esther y la besó en los labios. Esther no hizo nada. A Joana le gustó la sensación y siguió besando a Esther. Esther empezó a acariciar el cabello de Joana y pronto respondió al beso. El descubrimiento que acababan de hacer les dejaba estupefacto el corazón. Después de más de quince años de relación amistosa, ahora traspasaban la puerta del deseo, un paso impensable para cualquiera de las dos.
Durante los más de quince días que duró la estancia de Joana en Nueva York, Esther se sometió a una serie de pruebas médicas para analizar el tumor que le había salido en el pulmón. No hablaban de lo que estaba sucediendo entre las dos, simplemente pasaba, lo vivían. Joana no estaba dispuesta a abandonarla hasta que no obtuvieran los resultados. Alargó su estancia hasta dos días después de que el Dr. James le comunicó que había que operar y estirpar el tumor y después someterse a veinte sesiones de quimioterapia. También les garantizó un alto porcentaje de éxito. Había muchas probabilidades de eleminarlo sin que se volviera a reproducir.
Joana le pidió a Esther que volviera con ella a Barcelona y se sometiera allí al proceso, así podría acompañarla. Esther se negó, le dijo que su vida hacía tiempo que no estaba en Barcelona. Joana le rogó, pero Esther no cedió. Con dolor, Joana regresó a Barcelona. Durante mucho tiempo, después de la función, Joana telefoneaba a Esther y hablaba durante horas con ella. Nunca se dijeron palabras de amor, no hacía falta, al fin y al cabo, ¿qué es la amistad sino una muestra innegable del amor?
Esther se curó y vino de vacaciones a Barcelona coincidiendo con los ensayos de 'La gaviota'. Joana estaba loca de contenta. Paseaban, hablaban, reían, recordaban, pero jamás se les ocurrió volver a hacer el amor, como si ese paréntesis hubiera sido una especie de obnubilación que no había llegado a suceder.
- ¿Tú por qué crees que lo hicimos, Esther? - le preguntó un día de repente Joana mientras desayunaban
Esther la miró como desde la lejanía de un país desconocido.
- ¿Hacer el qué, Joana? - preguntó la amiga
- En Nueva York, cuando estuvimos juntas, cuando nos... amamos – consiguió decir Joana
- Siempre has tenido una imaginación prodigiosa – dijo Esther y se echó una carcajada contagiosa.
Estuvieron riendo durante varios minutos. Joana la miraba desde aquella risa que no podía parar y se dijo a sí misma: fue bonito mientras duró.

4 comentarios:

Anastacia dijo...

Bonita historia. Cada que leo una nueva me deja un buen sabor.
Besos

Laura Freijo Justo dijo...

Gracias, Anastacia, hasta la próxima.

Elisa Díez dijo...

Me has convertido en una adicta a tus relatos, y esto seguro que no tiene cura...
Fantástica como siempre...

Laura Freijo Justo dijo...

Qué bueno que te hayas hecho adicta, tener a alguien a quien le gusta tu literatura es algo muy chulo. Gracias, butaques!