THE LESBIAN SISTERS

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Fotos de Eugenia Gusmerini

miércoles, 27 de septiembre de 2017

¿Por una dramaturgia de la armonía?




NAWAL.- ¿Y por qué los refugiados agarraron a los niños?
EL MÉDICO.- Para vengarse. Dos días antes, los paramilitares habían colgado a tres refugiados que se habían atrevido a salir de los campamentos. ¿Por qué los paramilitares colgaron a los tres refugiados? Porque dos refugiados del campamento habían violado y matado a una chica del pueblo de Kfar Samira. ¿Por qué violaron a la chica? Porque los paramilitares habían lapidado a una familia de refugiados. ¿Por qué la habían lapidado? Porque los refugiados habían quemado una casa cerca de la colina del cilantro. ¿Por qué los refugiados habían quemado la casa? Para vengarse de los militares que habían destruido un pozo de agua hecho por ellos. ¿Por qué los militares habían destruido el pozo? Porque los refugiados habían quemado la recolecta de grano cerca del río donde corren los perros. ¿Por qué habían quemado la recolecta? Seguramente hay una razón, pero mi memoria se detiene ahí, ya no puedo ir más atrás, pero la historia puede continuar por más tiempo, del hilo hasta la aguja, de enojo en enojo, de pena en tristeza, de violación en muerte, hasta el principio del mundo.

INCENDIOS, Wajdi Mouawad

La tetralogía del autor de origen libanés Wadji Mouawad compuesta por Litoral, Incendios, Bosques y Cielos recoge como pocas las diferentes manifestaciones y grados de la violencia humana a través de un género clásico, la tragedia. Incendios, entre otras muchas cosas, contempla el amor de una madre por su hijo y su búsqueda en mitad del horror, y cómo el horror lo penetra todo hasta llegar al intelecto y al corazón del espectador. El fragmento con el que abro esta pieza me conecta con los versos finales del poema Casandra de Wislava Szymborska, la premio Nobel polaca, cuando la maldecida por el dios Apolo, rendida a la evidencia que ella misma ha pronosticado, dice: Yo tenía razón. / Solo que eso no significa nada./ Y estas son mis ropas chamuscadas./ Y éstos, mis trastos de profeta./ Y ésta, la mueca de mi rostro./ Un rostro que no sabía que pudiera ser hermoso. Cualquier guerra contempla una escalada de violencia que puede nacer de una semilla diminuta, de una chispa insignificante que prende, que poco a poco va creciendo hasta convertirse en un franskenstein imposible de explicar. Al final, la razón poco importa. Importa la sangre derramada, la violencia que ha consumido a ambos bandos. Importan las humillaciones y las heridas de décadas, de generaciones, que dejan.
Uno de los valores de esta tetralogía es que regresa al género clásico de la tragedia donde el campo del significante obtiene una dignidad sublime del significado, pues a menudo podemos observar el uso indiscriminado de la violencia en imágenes, tanto en ficción como en medios audiovisuales, sin ánimo moral, sin sentido, por el mero hecho de que genera interés y promueve instintos primitivos, incluso benefecios. Vivimos en un mundo donde el consumo de ficción alcanza hasta la mirada de los propios medios de comunicación y las redes sociales pues rara vez son vistos -excepto cuando se trata de una tragedia natural, por ejemplo- con la realidad que se merecen, sino que son percibidos y seguidos como un relato que va añadiendo ingredientes a la trama principal que siempre alcanza otro punto máximo de tensión que conduce a un nuevo escenario, a una nueva situación, de manera que es inevitable que surja el entretenimiento desmoralizador, la diversión, aliada con el sentido del humor, con el género de la comedia y todas sus variantes. Pero, ¿la violencia es divertida? Los romanos fueron de los primeros en utilizarla como elemento de control social dando pan y circo con sus juegos a la plebe, más allá del teatro griego en donde la representación de esa violencia era suficiente para explicar el mundo y hacer pedagogía ciudadana. Pero como dice Antonio José Navarro, crítico y ensayista de cine, especialista en la relación entre cine y conflicto bélico, la violencia en la ficción solo tiene sentido si hay reflexión moral.
Si las cuatro emociones básicas del ser humano son la alegría, la ira, la tristeza y el miedo, emociones que alimentan las pasiones humanas y cuya represión o alimento exacerbado puede dar lugar a patologías, me atrevo a aventurar que el ejercicio de control social pivota sobre la combinación de cuatro ejes cuyas dosis se vierten desde los centros de poder sobre la población: violencia, esperanza, represión y justicia. ¿A través de qué canales? Información y entretenimiento que contienen constantes mensajes que influyen determinantemente en el estado de ánimo colectivo; mensajes entre difusos, confusos y clarividentes en formato simple (como los que constantemente nos llegan a través de las redes sociales) o en formato abundante (ensayo, artículos de opinión, literatura) un formato que parece condenado a la extinción, o bien, a la recepción de una mínima capa de la población, pues la desaparición paulatina de formatos como el libro clásico y el aumento de consumo de todo lo audiovisual, parece indicar que lo rápido y simplista se impone a lo lento y profundo. Son éstos indicadores que ya, más que anunciar un cambio en los formatos de ejercer el poder sobre la ciudadanía, manifiestan la apertura de una puerta que, más allá de la sociedad líquida que definió Zygmunt Bauman profetiza otro tipo de colmena colectiva que incluso puede afectar a la materia física de la que están constituidas las sociedades, sus territorios naturales geográficos. Y tenemos que volver a empezar de cero porque todo lo que hemos aprendido con anterioridad ya no sirve (…) la modernidad sólida fundía los sólidos mejores; mientras que ahora fundimos sin solidificar después.

(Artículo publicado en la revista EXCODRA. Sigue en la página 27 de: http://excodra.wixsite.com/excodra)

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