Durante mucho tiempo me dediqué a la construcción de un edificio que a veces sufría las inclemencias del tiempo y parte de su andamiaje era tirado a tierra sin miramientos. Ahora el edificio ha caído entero. Veo esparcidos los escombros por todo el solar y he llamado a los operarios de la limpieza.
(Un tiempo después)
Los operarios de la limpieza fueron diligentes. Recogieron cada pedazo, cada viga rota, cada cristal, cada baldosa de su suelo. Trajeron un buen camión. Hace rato que me he sentado enfrente a contemplar el solar vacío donde antes estaba mi edificio. No sé si me gusta el paisaje. Por el momento puedo ver otros edificios que había detrás y un viejo árbol. Todavía no sé muy qué hacer con el solar. ¿Pongo un jardín? ¿Lo regalo? ¿Lo abandono? Lo curioso es que no siento pena. Sé que debería estar triste. Mi edificio era la construcción de toda una vida. De mi vida hasta ahora. Pero ni rastro de esa supuesta tristeza.
(Un tiempo después)
Me siento en el banco de enfrente a mirar el solar vacío y sé que no debo precipitarme. Tomar decisiones sin que haya alguna indicación parece un poco impulsivo. Incluso insensato. Creo que toca esperar. Toca dejar estar el solar y esperar.
Hoy hay nubes en el horizonte. Lleva varios días lloviendo cada tarde y me gustan los charcos de lodo que quedan en el solar. Nunca me hubiera imaginado a mí misma admirando las cualidades del lodo. El lodo no es más que Tierra ablandada por el agua.
(Un tiempo después)
Ahora sé que cuando deje de esperar al lado del solar nunca nadie sabrá que ahí aguantó durante mucho tiempo el edificio que construí con el sudor de mi frente. Y estará bien. El olvido de hoy, es la liberación de mañana.
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