Legados que perdudarán

Hay momentos en la vida ‘Fernán Gómez’, que dios lo tenga en su gloria que nosotros conservamos su arte en la memoria. Momentos, fases, tragos, lapsos de tiempo en que a una le apetece subirse encima de la mesa y gritar contra tempestades y tramontanas ‘¡a la mierda, a la mierda!’. Para desahogarse al fin. Y luego como si tal cosa, como si el viento huracanado que nos poseyó se fuera por la grieta por la que antes se había colado, sentarse a la silla giratoria, posar las gafas en la pantalla y teclear con fruición esos botones extraños que imprimen letras virtuales en pantallas en blanco. Simplemente. Chim pum. Y menos psicólogos, y menos psiquiatras, y menos asesinatos, oyes. Que después de un grito tan expresamente expresivo parece que hasta hayas ido al lavabo a evacuar todas las toxinas que te envenenan el cuerpo. Aunque también hay veces que no es para tanto y con decir quedamente un ‘anda, vete a la mierda un ratito’ es suficiente. Casi hasta con cariño. Niño, deja ya de joder con la pelotita que diría más o menos el cantautor de los cantautores.
Únicamente los grandes son capaces de condensar todos los pensamientos intelectuales de una vida en una frase sin por ello perder todo lo creado. Fernando Fernán Gómez, a mi modesto entender, nunca estuvo tan lúcido como cuando hinchado de fístulas imaginarias gritó al aire un ‘¡a la mierda, a la mierda!’ que perdura en el cofre donde guardo tesoros muy preciados. Gracias por la propina, Fernando.
Merde, c’est moi, c’est toi, c’est nous parfois?