martes, 23 de febrero de 2010
La verbalización en la piel o el exceso de imaginación
Al sentarme para escribir y mirar la fecha me viene a la memoria el ‘¡se sienten, coño!’, pero no tengo ganas de volver a relatar cómo vino mi madre a buscarme al colegio y cómo mi padre pensaba que estaba a punto de iniciarse una guerra del fin del mundo.
Me gustaría hablar de los encuentros, a veces esporádicos, que se producen en la vida y cómo nos marcan. Tengo una amiga que afirma que el amor de su vida estaba sentado en una parada del autobús hace muchos años pero que no pudo decirle nada por el colapso de la emoción. ¿Es una actitud romántica? ¿Una invención de la mente? ¿Un deseo que por no cumplido ha ampliado su razón de ser en el corazón siempre soñador? Todos hemos tenido amores románticos y amores reales. Dice Woody Allen –que de todo tiene una opinión formada– que los amores que duran para siempre son los amores imposibles. Afortunadamente, ahora no nos tomamos los amores no correspondidos como el joven Werther. Una vez superada la fase autodestructiva en la que no nos vemos como seres susceptibles de ser amados porque aquél o aquella que nos ha inspirado ese torrente de amor que pensamos nunca más vamos a ser capaces de sentir, volvemos a la calle y guardamos en el cajón la venda que nos impedía ver al resto de seres humanos.
Es cierto que los amores platónicos no cumplidos han inspirado novelas, poemas, puentes, pirámides y demás construcciones que sí se han podido constatar en la realidad. Una especie de prueba del amante para demostrar que su amor sí existió. Mi amiga Victoria piensa que el amor platónico-romántico no es amor. Tal vez tenga razón en el sentido de que la carne es la prueba de fuego para demostrar que aquello que imaginamos tiene su verbalización en la piel, en el olor y en los fluidos corporales mutuos. Pero como se ha podido comprobar, el cerebro humano es capaz de vivir de igual modo lo imaginado que lo experimentado. También es verdad que aquél o aquella que reiteradamente cae en el amor platónico tiene un problema de repetición de patrón, su miedo a enfrentar una relación real con lo que ello conlleva de dolor –las relaciones personales no son fáciles y más cuando el sexo se mezcla– le provoca una huída que el subconsciente se empeña en perpetuar. Uno elige dónde quiere vivir, en la imaginación o en la vida. Y sí, se complementan, pero, responded a esta pregunta, ¿por qué hay mujeres u hombres que eligen siempre a mujeres u hombres que siempre les dicen que sí y mujeres u hombres que siempre escogen a mujeres u hombres que siempre les dicen que no? Y no tiene nada que ver con el físico o el encanto personal –aunque también cuente, por supuesto– sino con el radar que su subconsciente tiene instalado.
No sé a qué viene todo esto, pero me apetecía darle una vuelta por escrito.
Es reconfortante despertarse, asomarse a la terraza y ver el suelo seco.
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2 comentarios:
Debe haber algún encanto en evitar compartir dos cepillos de dientes, masajear los pies hinchados o escuchar el pequeño crujir de los estómagos ...
((La cotidianeidad y los amores platónicos, son incompatibles)).
Sin embargo es curioso cómo cuando estamos enamoradas platónicamente soñamos con compartir esa cotidianidad que nunca tendremos... Saludos afectuosos, maga!
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