martes, 9 de febrero de 2010
Replicantes aturdidos
Alguna vez me he planteado que era el último ser humano de la tierra y el peso de la soledad era insoportable. Incluso una vez escribí un pequeño monólogo titulado así. Podemos vivir solos, disfrutar de una soledad relativa, sabiendo que nuestros congéneres están cerca, al alcance, a una puerta de distancia, a una llamada de teléfono, a un botón del mando a distancia, a una tecla del ordenador, en fin, cerca en sus distintas modalidades. Y es cierto que hay mucho ruido a nuestro alrededor. Ruido por todos lados. Lo noto en el verano, cuando cambio de aires y me paso el mes de agosto en un pequeño pueblo de la Galicia profunda y hermosa.
Luego está la soledad colectiva, si es que la sentimos. ¿Estamos solos en el universo? ¿Hay alguien más ahí? ¿Desea nuestro bien o destruirnos? ¿Somos nosotros mismos en otra dimensión? ¿Somos una ilusión? ¿Nos crearon a imagen y semejanza de quién? Está el dicho más vale solo que mal acompañado. La voz popular siempre encuentra la manera de transmitir su sabiduría o su inquietud.
Y sí, puede que no nos soportemos y, sin embargo, convivimos. Los tinglados de las sociedades me parecen increíbles. De algún modo todos realizamos una función que encaja en una red que a su vez se complementa con la red general, pero al ser todo tan frágil siempre nos hallamos, seamos conscientes o no, al borde del colapso. Imaginaos la cantidad de reglas y leyes que ha tenido que inventar el ser humano para que el equilibrio imperfecto en el que vivimos no se vaya al garete.
Fuera sigue lloviendo, la Barcelona Mediterránea hace ya semanas y semanas que brilla por su ausencia. Más parece la ciudad de ‘Seven’ o incluso de ‘Blade Runner’. Y sus habitantes, replicantes aturdidos por tanto ruido solitario.
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