THE LESBIAN SISTERS

THE LESBIAN SISTERS
Fotos de Eugenia Gusmerini

sábado, 23 de agosto de 2014

Balance estival con momentos y momentos y momentos que se perderán para siempre


Hay dos épocas del año para hacer balance. Una es cuando abandonamos diciembre y miramos atrás para despedirnos de lo vivido y abrimos la puerta de lo nuevo el primero de enero. La otra, cuando las vacaciones de verano se acaban y oteamos los primeros días de septiembre convocando a la magia del otoño y toda la fuerza de su creatividad. Como cuando íbamos a la escuela, al Instituto y luego ya a la Universidad, todo tiene otra oportunidad en los albores de septiembre. Esos días de regreso a los espacios comunes, a las caras de la cotidianidad anhelada, al curso donde suceden los grandes y pequeños acontecimientos de la vida, esos instantes de esperanza que he escuchado trotar tantas veces en mis adentros. Si me concentro, puedo sentir chispas de euforia nacidas en los primeros días del septiembre mediterráneo. Son destellos de aplauso de lo que todavía no ha ocurrido y luego nunca alcanza las expectativas. O sí, pero de otro modo. Siempre de otro modo.


Ahora miro atrás y el tiempo y mis apreciaciones están comprimidos en mis libretas. Descubro infinidad de notas que han querido convertirse en artículos breves, en reflexiones largas, en visiones con ganas de emerger, en recomendaciones que solo ahora puedo hacer aunque lleguen tarde. ¡Y qué si es absurdo recomendar una obra que ya no está en cartel! ¡Está en mi memoria! ¡Recomiendo encarecidamente Baby Bum de Accidents Polipoètics! Ese par de locos ultrapoéticos que siempre que los vuelvo a ver hasta mis tripas los aplauden. Tuve la suerte de que mi buena amiga Carme Tierz me invitara al estreno: ¡qué gozada! Les recordamos que si te haces a ti mismo, te sobrarán piezas. Así comienza este pequeño pero gigante espectáculo de estos dos atorrantes y lúcidos poetas. Las mujeres que se pintan las uñas están preparando su fuga. ¡Dios, qué grandes heteros! La quería con todas sus fuerzas pero detestaba hacer ejercicio. ¡Enorme! Dejamos de ser niños en el momento en que comprendemos por qué Sofía Loren se casó con Carlo Ponti. Solo el genio de tamañas imaginaciones puede pergeñar una afirmación de tal calibre. A poco más me atraganto con las carcajadas. Peluquería: ¿se hacen mechas las mujeres a punto de explotar? Esteticienne: ¿La permanente de la mujer hace trascendente al hombre? Vivió una vida llena de errores, acertó. Existencialismo: vivir la vida como si fuera una fiesta a la que no has sido invitado. Mercado negro: El otro Judas lo hubiera hecho por 29 monedas. Esperanza: al final de la luz siempre hay otro túnel. Final: Ante la confusión de quién es el enemigo exigimos el retorno inmediato de Fraga Iribarne. Señoras y señores, recuerden que lo malo de las palabras es que se ponen perdidas de letras. Accidents Polipoètics, tienen cuerda para rato, por parafrasear uno de sus polipoéticos escritos. Estés en la playa, en el monte, haciendo trekking en la copa de un pino africano o en la cima de unas estanterías de un supermercado finlandés, por favor, ve a verlos cuando representen cualquiera de sus múltiples y orgásmicos recitales polipoéticos, no solo no tienen desperdicio sino que no tienen complejos a la hora de ser elegantemente ostentosos en su simplicidad más genuina cargada de humor y fina ironía. Te haces más inteligente entre su público, te parece que te están diciendo, recordando, recitando algo que tú has pensado, imaginado, escrito, recitado, interpretado o lo que sea antes, solo que en el campo cuántico del conocimiento Xavier Theros y Rafael Metlikovez lo pillaron antes y te lo devuelven brillantemente afilado por sus urpas sin limar, porque ellos son de los que se quedan, de los que se quedan en tu memoria y en tu corazón. Estuvieron del 22 de mayo al 8 de junio en La Seca de Barcelona. ¡Qué vuelvan!


Otro gran momento escénico que he querido escribir y reconocer pero que no he podido hasta ahora mismo, sucedió en el Lliure de Gràcia. Mi buen amigo, Xavi Abad, me invitó a ver Dies feliços, de Beckett con dirección de Sergi Belbel e interpretación de Emma Vilarasau. Asistí a la consagración de una actriz ahora sí definitivamente intocable. Ya lo era, ¿no? Me replicó una buena amiga al relatarle la experiencia con el relato pormenorizado de la ovación final durante varios minutos y con el público de pie, incluido el Conseller de Cultura y otras figuras de la profesión. Rendición y pleitesía de una platea entregada a un abanico interpretativo francamente impresionante. Si tenía mis dudas con respecto al montaje -que no al texto, un gran clásico que se renueva tiempo a tiempo y nunca pierde su furor y actualidad- se disiparon en el transcurso de la obra. Me encantó esa propuesta pos Ikea-Custo New Fashion in New York Outside o cómo ofrecer un traje a medida de un clásico a una actriz de presente con nupcias de futuro inolvidable. De pronto, me vino aquella escena magistral de Agost, de Tracy Letts, también dirigida por Belbel en el Nacional, final del segundo acto, en la que el personaje de la misma Emma Vilarasau, con su aguda e inquebrantable voz grita Ara mano jo! (Ahora mando yo), en alusión a recoger el relevo de la mater familia interpretada por Anna Lizarán. Sobran las palabras. Aparte de que a ningún crítico se le hubiera pasado por la imaginación en los últimos años hacer una crítica desfavorable sobre cualquier personaje interpretado por Anna Lizarán (eso es ser intocable), ¿quién recoge el testigo? Sé que son dos perfiles de actriz muy diferentes. Pero ambas comparten el riesgo de querer hacer siempre cualquier papel: versatilidad. Una característica al alcance de muy pocas. Eso sí, nadie se pasará nunca como se pasaba Anna Lizarán. ¡Qué arte con la desmesura!


En los últimos días, la muerte de tres intérpretes notables nos ha tocado. La más cercana Mercè Anglés, cuya desaparición me consta que ha afectado a la escena catalana y que para mí va tan ligada a aquella salita entrañable del carrer Perill de Gràcia llamada Artenbrut. Después Robin Williams, actor de licuoso talento que realizó intepretaciones maravillosas en películas inolvidables como El club de los poetas muertos o El rey pescador, por citar mis dos preferidas. Y por último una muerte que ha despertado mi memoria personal: Lauren Bacall. No solo porque tenía el mismo nombre que yo sino porque una vez coincidimos en el mismo espacio y tiempo: en los lavabos de un edificio espectacular de Nueva York en cuya sexta planta se celebraba un homenaje a Arthur Miller. ¿Qué qué hacía yo allí? Habíamos viajado mi compañera Àngels Aymar y yo como resultado de un intercambio de autoras. Magnòlia, de Aymar y La vida somiada, de una servidora, fueron interpretadas como reading en una sala llamada The Players el 19 de mayo de 2001, justo antes de la caída de las torres. Debía ser el 17 o el 18 de mayo. Àngels, que era mi traductora oficial, pues por aquel entonces mi inglés aún era mucho más defectuoso, me dijo, nos han invitado al 'lunch' commemorativo de los 50 años de la sala que este año se hace entorno a la figura de Arthur Miller, ponte otra cosa que no sea tejanos. A lo que repliqué. ¿Pueden ser unos tejanos negros? No parecen tejanos... Es que no he traído nada más. Como no hablaba inglés, solo catalán con Àngels y castellano con Marion Peter Holt, el traductor oficial de Àngels así como de otros renombrados dramaturgos como Belbel o Batlle, lo que hacía era comer a todas horas. Para mantener la boca ocupada. Y cuando no tenía la boca ocupada, visitaba los lavabos de todos los edificios en los que entraba. Entré en aquel lavabo y a la primera que vi fue a la actriz que interpretaba a Blanche en Las chicas de oro, no recuerdo su nombre, y después, con su porte mayestático, como salida de un fotograma en blanco y negro pero sin humo, Lauren Bacall abrió la puerta y se lavó las manos. La miré poco. Me hubiera quedado embobada. ¡Guau! Estaba al lado de una estrella del Hollywood dorado, yo, una pobre mindundi que había escrito una obra que habla de las personas que se deciden a llevar la vida que quieren y las que no son capaces de apostar por eso y siguen dormidas. Quizás debí mirarla un rato más largo, a riesgo de parecer una paleta. Seguro que me hubiera despertado entonces y no hubiera hecho falta llegar al dos mil doce. Dios, los maya, los inca, los toltecas, los celtas, el continente americano y el espíritu del Gran Manitú la tengan entretenida jugando una gran timba de póquer y silbando despreocupada, pues allí no importa si vienes o no, el tiempo, el espacio y el alma son otra cosa.


Entretanto, septiembre espera con su sombra alargada penetrando en el Mediterráneo. Vengo. 

(*) Fotografía Barcelona Blue de Gertrudis Losada



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