(En un cajero automático.)
RAFAELA.- Vaya mala suerte tengo. ¿Tiene usted una tarjeta para dejarme? Se la devuelvo en un momentito.
AUGUSTA.- ¿Cómo que me la devuelve? Perdone, no la conozco de nada. (Pausa.)¿Qué le ha pasado, a ver?
RAFAELA.- El cajero, que es un obeso, y se me ha comido la tarjeta y los sesenta euros. Pero yo se la devuelvo, eh. Intacta.
AUGUSTA.- No diga tonterías. No se puede poner nada dentro ahora. Está lleno, acaba de comer. Lo que hay que hacer es conseguir que vomite. (Pausa.) Rapidito.
RAFAELA.- ¿Ha visto usted vomitar a un cajero alguna vez? Yo sí, y no es agradable. Apártese, que le voy a meter lo dedos en la ranura.
AUGUSTA.- ¡Lo que faltaba! Que se quede usted atascada también. Mejor una patada en el centro mismo, entre la pantalla y las ranuras, ¿no?
RAFAELA.- Una patada puede causarle indigestión y luego caga. No es lo mismo que el cajero vomite que cague.
AUGUSTA.- No veo la diferencia.
RAFAELA.- ¿Tiene usted cataratas?
AUGUSTA.- Y usted las manos sudadas.
RAFAELA.- Vale, deme la mano.
(AUGUSTA se resiste pero al final cede.)
AUGUSTA.- ¿Qué hace?
RAFAELA.- Vamos a hacerlo juntas y lo que saquemos lo repartimos. Le doy la mitad de lo mío. Treinta euros.
AUGUSTA.- Bueno. Pero conste que no lo hago por el dinero sino porque la veo apurada.
(Las dos meten la mano en el cajero y se quedan atrapadas.)
RAFAELA y AUGUSTA.- ¡¡¡¡¡Aaaaaahhhhhh!!!!!!!
RAFAELA.- Maldita sea... La última vez que me quedé atrapada con alguien en un cajero yo tenía cuarenta y tres años, todavía estaba casada y me teñía el pelo de caoba. Entonces todavía la vida era una pastelería llena de posibilidades tiernas y dulces. Sí, algunas amigas mías decían que el tinte se me subía a la cabeza y que no veía las guerras, los parricidios, los robos, los secuestros, las depresiones de los homínidos, la angustia, la ansiedad y el mal de ojo de la gente, es verdad, es verdad, pero así era yo. Sí, ya entonces los cajeros eran carnívoros, nunca tenían suficiente. Y lo siguen siendo. De tanto en tanto pasa, siempre hay alguien que lo cuenta pero nadie le cree, pues aquí está la prueba. No tienen suficiente con tragarse nuestro dinero que quieren nuestra carne. Quizás adelgazaremos aquí enganchadas. No hay mal que por bien no venga. Y esta calle, tan apartada de todo. Y el cajero en este punto ciego que es tan fácil pasarse de largo. Desde aquí no nos ven en la oficina, ¿lo sabe, no? Por los cristales estos ahumados. Mire. Mejor tire, tire, tire, tampoco pasa nada si nos quedamos mancas, siempre tenemos la otra mano para hacer la comida, para pegar un tortazo, para pagar la cuenta en la cafetería, para darla a otro ser humano en señal de paz, no está tan mal ser manco, mire el Cervantes ese, escribió el Quijote... Tire, tire...
AUGUSTA.- ¡Ya se lo decía yo! (Pausa. Para ella misma.) Ay, Augusta, en qué líos te metes. ¿Y ahora qué? Ahora qué. Sabía yo que no tenía que haberla ayudado. Si es que siempre me pasa lo mismo. Me resisto y al final cedo. ¡Y toma! Me quedo atascada en el problema de la otra. Atascada. Con una loca, seguro, porque usted podría haber entrado en la oficina del banco como habría hecho cualquiera y reclamar la tarjeta y su dinero, pero no, quiso usted arreglarlo sola. ¿A usted le parece normal querer arreglar un problema informático de manera manual? Pues no es normal. Y tampoco es normal que yo haya metido la mano en el maldito cajero automático ni que esté hablando en voz alta y esté usted en las nubes, ¿quiere hacer el favor de escucharme al menos? ¡Aaaaahhhh! No tire, no tire, que duele... ¡Oiga, señor, señor! ¡Usted, sí, usted! ¿Puede ayudarnos? ¡Llámelo usted también! Las dos tenemos más fuerza. ¡Señor, señor! ¡Llame al banco! ¡A los bomberos! O mejor, venga, venga un momento. ¿Quiere gritar conmigo, por favor! Tire, tire... ¡No! ¡Usted no! El señor que seguro tiene más maña. ¡Desatásquenos! ¡Pero, oiga, no se vaya! ¡Por favor, espere! ¿Por qué corre? Claro, está usted completamente despeinada, y con ese pelo grasiento, esas canas y esas bolsas bajo los ojos, lo ha asustado. ¡O Dios, qué vamos a hacer??!
RAFAELA.- Insolidaridad. El mal de nuestro tiempo.
AUGUSTA.- Ayúdeme a sacar el móvil del bolso.
RAFAELA.- ¿Y ahora se le ocurre?
AUGUSTA.- Venga. Haga algo útil.
RAFAELA.-(Abriendo el bolso.) Oiga, lo que lleva en el bolso es peligroso.
AUGUSTA.- ¿Se refiere a los medicamentos, a la navaja o a la arañita de la caja?
RAFAELA.- ¿Arañita? Parece una tarántula.
AUGUSTA.- Le gusta que la llamen por su nombre.
RAFAELA.- ¿Cómo se llama?
AUGUSTA.- Micaela.
RAFAELA.- Micaela, vamos a probar con la navaja, deséanos suerte.
AUGUSTA.- Le cazo las moscas yo misma.
RAFAELA.- Se la ve bien cuidada, sí.
AUGUSTA.- Si tienes una animal debes hacerte responsable de él totalmente.
RAFAELA.- ¿Meto la navaja y hago palanca entonces?
AUGUSTA.- ¿Qué? ¡No! Está usted loca. Un momento, un momento, que no hemos agotado todas las posibilidades.
RAFAELA.- Tranquila, será más fácil de lo que cree. Un suspiro. Contenga la respiración un instante y luego espire.
AUGUSTA.- ¡Aaaaaaahhhhhhh! ¡Me ha cortado la mano! Estoy sangrando. ¡Llame al 112!
RAFAELA.- No exagere mujer. Son solo dos dedos. Los metacarpios anteriores. El resto está intacto. Tire, tire, a ver si me desengancho yo también.
AUGUSTA.- ¡SOCORRO, SOCORRO! ¡Es usted una demente!
RAFAELA.- La que tiene una tarántula por mascota no soy yo.
AUGUSTA.- A Micaela no la meta en sus tejemanejes sanguinolentos.
RAFAELA.- La que se medica no soy yo.
AUGUSTA.- Los necesito. Artrosis.
RAFAELA.- Ya se nota, es usted un garrote.
AUGUSTA.- ¡Aaaaaahhhh!
RAFAELA.- La navaja es suya.
AUGUSTA.- Y los dedos. ¡SOCORRO, SOCORRO, ESTÁ LOCA! ¡Deme ahora mismo la navaja!
(Forcejean. De pronto se sueltan entre ellas y del cajero. El cajero devuelve la tarjeta a Rafaela y los sesenta euros.)
RAFAELA.- ¡Ah, qué bien! Podré ir al super. Ya pensé que tendría que recurrir a mi vecina otra vez.
AUGUSTA.- ¡Al super, al super! Va usted a ir de urgencias conmigo.
(AUGUSTA le pega un navajazo en la mano a RAFAELA y le hace un corte profundo. Mareada por la visión de la sangre, RAFAELA cae al suelo.)
RAFAELA.- ¡SOCORRO, SOCORRO, AYÚDENME! ¡ESTÁ LOCA! ¡ME QUIERE MATAR! ¡SE MEDICA Y CAZA MOSCAS PARA SU TARÁNTULA! ¡AYUDA, POR FAVOR, AYUDA!
AUGUSTA.- Los cajeros suelen estar insonorizados. ¿No se había dado usted cuenta? A mí los dedos no me duelen. Voy demasiado medicada como para sentir su ausencia. Marque el 112 ahora mismo.
(RAFAELA obedece. AUGUSTA se toma unas cuantas pastillas de golpe y le ofrece el frasco a RAFAELA que lo rechaza.)
RAFAELA.- ¡Una ambulancia a la calle Delirio con Desencuentro, por favor! ¡Estamos sangrando! ¡Otro incidente con un cajero automático carnívoro! Sí, sí, ha querido devorarnos a pleno día. ¡Corran, corran, nos desangramos! Una señora loca y yo. ¿Qué hace con Micaela?
(Oscuro final.)
Barcelona, 20 de agosto – 7 de septiembre de 2018.
Laura Freijo Justo y Cristina Serrat Sánchez.
Parapente teatral a cuatro manos ambidiestras.
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