Astenia primaveral

Al despertar detectó un ligero tono de tristeza en el reflejo de los libros, como si las letras se hubieran caído y desperdigado por la estancia perdiendo así todo sentido y coherencia. Abrió la ventana y disimuló el grito que, sin saber muy bien por qué, se le había instalado en las cuerdas vocales intentando insultar a una nube. Prefirió evitar su imagen en el espejo, por lo que no se puso las gafas. Se duchó en un suspiro, como si tuviera miedo a despertarse del todo. Caminaba despacio, auscultando las esquinas, por si acaso al monstruo de la realidad se le ocurría darle un susto funesto del que no se recuperaría en todo el día. Se vistió de negro y cerró la puerta.
Al bajar las escaleras, rezó para no encontrarse aquel vecino que no por gordo era desagradable sino por descuidado y maleducado. Sabía que hoy era el día en que menos le importaba ir a la cárcel por un crimen repentino. Cogió el metro y calculó los paréntesis de mirada fijada en el suelo que la retrotraían a otros tiempos, cuando empleaba el tránsito de una parada a otra en devorar pedazos de optimismo. Llegaría bien, con estricta puntualidad catalana, conservando intacta la astenia primaveral.
Todo era tan aburrido que supo que no podía durar mucho, porque si había algo que detestaba en el mundo era el aburrimiento.
Le votre change. Merci, mademoiselle, avec plaisir.