Limbo

El limbo es el un lugar de estancia temporal al que van a parar aquellos que murieron antes de tiempo. Pero el limbo también tiene una palabra que lo define: borde. Estar al borde de algo. De un infierno. De una vida. De una muerte. Al limbo fueron todos los buenos creyentes que murieron antes de la resurrección de Jesús. Existe también el limbo de los niños que es donde van a parar las almas que cargan con el pecado original. Por suerte me bautizaron y el agua bendita me evitó el limbo ultraterrenal.
Sin embargo, existen limbos terrenales. El limbo terrenal tiene árboles cuya fruta nunca acaba de estar madura. El limbo terrenal es el espacio al que van a parar los deseos que no nos atrevemos a hacer realidad porque el miedo al fracaso y al error se solidifica en una estatua indestructible en nuestro interior. El limbo terrenal es un bosque del que uno no quiere salir aunque sueñe con hacerlo porque para querer abandonar el limbo terrenal se ha de estar preparado para todo lo humano. Atreverse. Arriesgarse. Dejar atrás todo lo adquirido, todo lo que nos han dado que no es nuestro.
A veces me refugio en el limbo terrenal, lo admito. Regreso por el caminito por el que aquella noche fui dejando mensajes en las cabinas de teléfono y me tumbo relajada con la mirada plantada en el cielo. En esos momentos yo diría que encuentro la paz, pero sólo es un espejismo de equilibrio. Porque el verdadero equilibrio se consigue sopesando, al menos, dos cosas, y no mirando al cielo sin hacer nada. La verdad sigue estando fuera, en el amplio mundo de las personas que se esfuerzan cada día, que caen y se levantan una y otra vez, una y otra vez, así hasta el infinito. O hasta que una se da cuenta que no hacen falta tantos golpes, que basta con seguir caminando acompañada.
Je cherche la vérité et je ne sais pas ou est. Mais je la cherche, je la cherche…