Piedras preciosas

La forma de la arena después de que la lengua del viento le haya dado un lametón suele dibujar dunas en mi memoria. En cada granito de arena hay todo un pensamiento brotado. Una línea continua de infinitas posibilidades cuyo final se atisba por intuición no por percepción. Mi cerebro a veces es como la orilla de la playa, recibe el beso húmedo del agua salada que juguetea a estar y no estar en una cadencia infantil, como de escondite; y se deja revolver por el capricho del viento. En su superficie hay muchos pozuelos de sonrisa, otros de sombra, no todo es luz, afortunadamente.
A mi playa esta mañana ha llegado una botella con pergamino, pero para extraer el mensaje Poseidón –él en persona lo ha traído- me ha dicho que debo romper la botella, esparcir los trozos de cristal entre la arena.
- Pero los niños pueden cortarse con ellos – le he replicado inquieta.
- Entiérralos. La erosión del tiempo y el agua los convertirá en piedras preciosas.
Y estoy a punto de darle un golpe a la roca mayor donde me aíslo a dilucidar las cosas importantes, las decisiones que sé pueden cambiar el rumbo de la balsa en la que normalmente me dejo llevar. Me fío bastante del equilibrio de las corrientes, soy una confiada del destino. Venga va. ¡Plas! ¡Ay, casi me corto!
Los amores que trae el agua, son amores de tierra firme. Lo acabo de leer. Ahora voy a enterrar los trocitos de vidrio bien profundo para que se conviertan en piedras preciosas.