jueves, 21 de enero de 2010
De finales felices
Los finales felices se desean pero pocas veces se consiguen. Porque en realidad sólo hay un final y múltiples principios. Y la muerte a veces me parece que es un dormirse y despertarse en un plató de televisión donde una agresiva periodista te pasa una serie de videos con lo más polémico y abrupto de tu vida. Así accedes al otro nivel, o sea, que ni siquiera mueres, cambias, te transformas. Y no hay un único dios sino seres tan perdidos como nosotros que son fuentes de luz energética, tipo los extraterrestres o conciencias que aparecen en ‘Contact’ de Robert Zemeckis.
Venimos de historias fascinantes. Un tipo se enamora de la mujer más bella del mundo, se la quita al marido y lía la de Troya. La cosa ya estaba destinada a la guerra, porque en el mundo antiguo todo se resolvía encarnizadamente, a base de conquistas que requerían sangre del enemigo. Y no hubo final feliz, murieron el bello y valiente Héctor, el eterno Aquiles y muchos más. Pero sí hubo final feliz, Ulises, ese inteligente griego regresó a casa después de mil aventuras para reunirse con la paciente Penélope. Creo que entre la Ilíada, la Odisea y la Biblia está la esencia de la literatura moderna, al menos la de Occidente. No voy a meterme ahora con lo que no conozco, que es tanto.
Hace poco recuperaba gracias a una oferta del FNAC, una película maravillosa de Juan José Campanella, ‘El mismo amor, la misma lluvia’. La historia de un amor, entre Jorge y Laura, a lo largo de casi dos décadas, incluyendo de fondo la dictadura argentina. Jorge escribe y Laura sueña. Me di cuenta al volver a verla que era una de mis películas de amor preferidas. Con aquel latiguillo de Laura: ‘Y cuando yo me propongo algo’, chasqueo de lengua. Y el final es feliz, porque el último encuentro vuelve a ser como el primero, bajo la lluvia, con esa secuencia emocionante en que Jorge, al fin, reconoce todo su miedo, toda la mierda acumulada durante tantos años. Y Laura le dice que es un buen comienzo. ¿Cómo no enamorarse de Soledad Villamil? ¿O de Ricardo Darín? Una pareja que hace poco han vuelto a repetir con el mismo director en ‘El secreto de sus ojos’.
Adoro los finales felices, los creíbles, los que pueden ser en la realidad, es una debilidad que tengo. Aunque en realidad nunca sean finales sino principios.
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4 comentarios:
Interesante...
Yo creo que la realidad no es ni comienzo ni final, sino un continuo. Lo mismo que nacer o morir. No creo en el Big Bang, a menos que sea resultado de otro proceso. No puede ser que del vacío (por muy preñado de cosas que los ciéntificos aseguren que el vacío esté) nazca todo.
Si es así, Dios existe. O el capricho. Y si el capricho existe, ¡qué manía tienen todas las religiones en martirizarnos por nuestros caprichos! Quizás por eso, para que no nos preguntemos si tal vez todo vino de un capricho.
En las obras artísticas hay que terminar en algún momento. A menos que vayas encadenando sagas, que sucede a menudo... El final no existe ni en la Biblia. Solo dejaron de escribirla.
Es maravillosa. Yo la re-vi hace dos días precisamente, y qué buena es Soledad Villamil, leñe. :-)
interesante también lo que explicas tú, Gina... yo no sé si estoy demasiado a favor de los caprichos, tendría que pensarlo detenidamente, ya que responden a impulsos poco reflexivos, depende del capricho en sí, supongo...
sí, es maravillosa, sin lugar a dudas, y guapísima en persona. la fui a ver cantar este sábado al Teatre Joventut de l'Hospitalet y además, hay que añadirle a sus múltiples atractivos que canta muy bien... y la peli es preciosa, del género romántico, es una de mis preferidas... gracias por la visita!
¿¿¿Y además canta bien????
:-O :-O :-O
Vicenta N´Dongo, tiembla. La Villamil acecha, merodeando por mi corazón.
Bueno, no. Que Vicenta es mucha Vicenta. Pero ¿por qué habrá mujeres tan perfectas?
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