lunes, 18 de enero de 2010
Gira el mundo, gira
El otro día leía un artículo sobre Margaret Thatcher -que a día de hoy es viuda y tiene alzheimer- y me llamó la atención cuando una vez dijo ‘dos maestros en leyes, que ahora son jueces, me enseñaron una regla muy buena: nunca admitas nada a menos que no tengas más remedio que hacerlo; y aún así, sólo si tienes razones específicas para ello y dentro de unos límites definidos’; hasta 1994, el Reino Unido no reconoció la existencia de sus servicios secretos. La buena de Margaret gobernó hasta 1990. Nos guste o no hay algo de cierto en lo que dice, no hay vuelta atrás cuando se admite algo. La mayor parte de los políticos de hoy se dedican a llevar al límite de lo que pueden esta máxima que le recomendaron a la llamada ‘Dama de Hierro’. Mientras no admitan nada no son responsables.
No se me ocurre alternativa a la política para mantener en orden las sociedades en las que vivimos. Más allá de la democracia no sé si hay algo. Y es cierto que la democracia permitió a Hitler llegar al poder y mantiene, por ejemplo, a Berlusconi o a Putin en sus sillones. Nobody is perfect, que diría el otro. También es cierto que la información se manipula, cuando menos en el sentido de su elección y el orden en el que se ofrece. No nos llega todo lo que sucede a través de los medios de comunicación, aunque la red esté plagada de torrentes de imágenes y palabras y opiniones que no siempre son verdad. Y además nos entretenemos con telerealidad, el periodismo llamado rosa y despellejamientos varios o con el más grande de los espectáculos: el fútbol. En una entrevista, el gran dramaturgo Tom Stoppard se preguntaba si el fútbol no estaría sustituyendo algo en nuestras vidas. Seguramente. Todos tenemos agujeros que tapar y las fuentes de alegría y/o evasión no son tantas ante el ruido que hace la realidad allá afuera. Nos gusta, a veces, que lo que vemos provoque nuestro debate intelectual, pero otras preferimos entretenernos sin más y soñar con un mundo feliz aunque sea imposible. Nos van los finales felices, excepto a la ‘peña dark’ que apuestan por la desazón y lo oscuro y la tristeza infinita. En el fondo no es cuestión de una cosa o la otra, sino de una combinación de ambas que nos llega dependiendo de nuestro estado de ánimo.
‘Para mejorar el mundo siempre hay que ser ingenuo. Porque los inteligentes se quedan en los bares haciendo frases y jurando que el ‘mundo es una mierda y no hay Dios que lo arregle’. Olvidan que si la inteligencia paraliza, es una estupidez’, afirmaba el otro día Fernando Trueba. Y tiene razón, pero hoy en día, de un modo u otro, casi todo nos paraliza. Tal vez porque pensamos en las grandes cosas, las grandes gestas y no nos damos cuenta de que haciendo bien y sin joder lo poco que sabemos hacer ya estamos haciendo algo. ¿Hay que cambiarlo todo para que nada cambie? ¿O hay que mantener el mundo tal y como lo conocemos para poder cambiarlo?
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