La esquina del tiempo retrocede para situarme en momentos que tenía aparcados. A veces sucede que alguien te ofrece un espejo desde su propia experiencia personal. Aceptarse desde el lugar del otro es duro. Reconocerse cuando una ya se tenía olvidada y creía haber dado un salto de pértiga hacia el otro lado del muro donde las flores, el viento fresco y el agua del lago amansan la fiera interior es difícil de asumir. Y sin embargo nunca dejamos de ser lo que fuimos aunque para ello ya seamos otras.
Saber diferenciar el tiempo, el proceso, la unidad de nuestro ser en esto en que nos hemos convertido, con nuestros kilos de más, nuestros fantasmas de siempre, alguno muerto por inanición, es cierto, nuestra palabra afilada en la duda, dulcificada en la afirmación, nuestro kit simple de supervivencia porque la experiencia nos ha dictado simplicidad, simplicidad, simplicidad, son esas pequeñas cosas a las que te aferras cuando el pasado pretende colarse en la rendija del presente.
Y te miras las manos y los dedos están manchados de tinta. Sonríes. El tiempo sigue ahí, no tan manso como creías. Los científicos no saben explicar la diferencia entre un instante y un millón de años, ¿acaso nosotras vamos a poder saber qué tiempo nos gobierna, el de dentro o el de fuera?
Pero hoy estoy contenta porque voy a ver a las niñas de mis amigos que son todo belleza y esperanza. Y ese también es un espejo de lo que fui, de lo que sigo siendo a pesar de todo. Ya lo dije hace poco, todas somos todo.
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