viernes, 26 de marzo de 2010
‘Mi relación con la comida’, de Angélica Liddell en la Nau Ivanov hasta el domingo 28 de marzo. Dirección Pau de Nut
‘Los pobres de verdad son aquellos que no tienen opciones de prosperar’, es uno de los muchos fogonazos que dispara Angélica Liddell en su monólogo ‘Mi relación con la comida’, y no le falta razón.
Estos días se está representando en la Nau Ivanov en estreno absoluto en el Estado Español la obra que fuera Premio SGAE en 2004: ‘Mi relación con la comida’, de Angélica Liddell. El polifacético y verdaderamente alternativo Pau de Nut y la actriz Sonia Espinosa llevan a cabo una puesta en escena contundente, austera y reivindicativa de una manera de ver el mundo más allá de su fachada de normalidad y buenas intenciones. Lo que ahora se llama ‘buenismo’
‘El odio es lo menos que se merecen esos comensales, yo odio a esa clase social, el africano me odia a mí, el odio es el precio, es lo menos que merecemos’. Ya me perdonarán la autora y los creadores, pero escribo el texto con esta maldita memoria que todo lo tergiversa. ‘Mi obra está parida con comida barata’. En fin. Todo el monólogo es una especie de simulacro entre un periodista o crítico teatral que intenta convencer a la autora para que entre en un restaurante que se supone de esos caros, de esos vanguardistas que frecuenta sólo una clase social cuyos privilegios siguen siendo distintos a los de esos otros que viven con cucarachas, inmigración de todo tipo, extranjera y autóctona, y entre la suciedad intrínseca de las casas baratas.
Las obras de Liddell, he visto dos y leído tres más, me increpan tanto como me atraen. Desde luego la indiferencia no va con el personaje. Te apetece tanto darle un par de bofetadas y recordarle que está inventando la realidad para que sea todavía más desesperada de lo que es como abrazarla para consolarla, porque detrás de toda esa mugre y ese disfraz de radical representación me da la sensación que se esconde un ser humano asustado y temerario a partes iguales.
Pero vayamos al montaje de mi amigo Pau de Nut que no tiene ese salvajismo de la interpretación de la Liddell pero que sin embargo, con dosis acertadas de desesperación, combinadas con ironía y algunas gotas de sentimiento profundo, como cuando la actriz habla del abuelo y se emociona, consiguen que el espectador aplauda con gusto al finalizar el montaje. Y se eche unas risas, ya después, con la subasta del cráneo de Angélica Liddell.
Sonia Espinosa, actriz desconocida para la mayoría, tiene la dureza de una rubia rusa que perfectamente podría desgarrar la imagen en la pantalla de una película de Tarantino sin dejar de lado su vertiente de muñeca tierna, hay alto voltaje dentro de esta chica. Pau me decía al acabar la representación que fue ella quien le pidió que la dirigiera en este texto y que se había puesto en sus manos con absoluta generosidad, y eso se nota, porque se presta a algunas perrerías dignas de la Liddel. Perrerías por otra parte que tienen su poesía, como por ejemplo el entierro.
Creo que nunca podré decir de una obra de Liddel que me ha gustado, es que no se trata de eso, me parece. El arte no tiene por qué ser complaciente, debería no serlo. Personalmente discrepo en grandes fases de su discurso, inteligente pero demagogo, aunque me gusta que me tiren del pelo metafóricamente de vez en cuando, no todos los estímulos tienen por qué ser caricias. Eso dejémoslo para las amantes.
¡Id a verla, que se acaba este domingo, en la Nau Ivanov y me contáis! Remover la conciencia de tanto en tanto, es sano.
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