miércoles, 14 de abril de 2010
La isla desierta y otros avatares interiores
A una isla desierta me llevaría una buena compañía que entendiera que a veces nos podemos saturar la una de la otra sin que por ello haya un cataclismo, un ordenador potente con grandes contenidos culturales en su interior así como todos mis escritos que, sean buenos o malos, los he escrito yo y me retratan de algún modo y, por último, le pediría al altísimo, ese que me ha ofrecido los tres deseos, que pusiera corriente eléctrica eterna.
Al final todos vivimos en esa isla desierta aunque no se nos haya aparecido el genio de la lámpara, Dios, Alá, Buda o un hada madrina. ¡Cuántos objetos inservibles en nuestras casas! Cuando salgo a la calle me toco el bolsillo para detectar el lápiz usb, entonces me siento segura: ¿es eso una pistola o es que te alegras de verme? diría Mae West; demasiado pequeño para ser una pistola y si me alegro de verte no se me nota precisamente en el usb, pero bueno. Y es una estupidez porque si no tienes donde conectarlo, es como si llevaras la nada. Menos mal que las historias las recordamos, van en nuestro cerebro. Y aquello que no podemos recordar, una de dos, o no vale la pena o saldrá en algún momento de su sepultura removido por las aguas torrenciales de los estímulos de afuera.
Miro mi casa, llena de cosas y más cosas, libros y más libros, dossiers, copias de obras nunca representadas, poemarios nunca publicados, discos en múltiples estuches (un día decidí deshacerme de las cajas de plástico que los contenían, era un exceso que ya no me podía permitir) y varios contenedores de memoria virtual, la otra está afectada por una aluminosis que se agrava con el tiempo, aunque quién sabe si de los escombros y con los nuevos mapas para construir modernos edificios, donde antes había vejez y paso del tiempo, se puede recuperar aquello que nunca nos atrevimos a construir. Demasiadas cosas, se puede vivir con menos. También con más, es cierto. Los seres humanos somos insaciables.
Suelo pensar que todo es para bien. Imprescindibles algunos de mis múltiples errores. Sin error no hay avance. Trabajo la reflexión y cultivo el freno al impulso, pero claro, son muchos años de ímpetu entusiasta. Conozco una actriz estupenda que dice que entre hacer y no hacer, mejor no hacer. Supongo que habla la sabiduría, pero hasta ahora siempre he preferido hacer, sobre todo por todas aquellas veces en que no hice y me quedé con las ganas, claro que cuando hice me pasé de largo, invadí algún país al que nunca me habían invitado. Pedí perdón, fui perdonada, eso también. Así que ahora ando investigando la fórmula de cómo mantener la ilusión naïf que me caracteriza sin abandonar la prudencia que me ha entregado la experiencia. Cuanto más mayor, mejor menos ropa exterior pero más protección interior. Son balas que hemos convertido en redes. El trampolín sigue alto, pero antes de saltar, ahora sí miramos si hay agua y si esa agua se renueva cada día.
La isla en realidad no está desierta, una siempre está consigo misma y, después de todo, contenta. Además, no os lo he dicho, hay un bote con motor y gasolina. No se está del todo incomunicada. Las distancias con el continente están a un día de navegación intensa. Así que al loro, que no estamos tan mal.
No hay prisa, hay pausa, renovación, fe y continuidad.
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2 comentarios:
Me declaro fan de este texto.
Gracias, Butterflied!
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