THE LESBIAN SISTERS

THE LESBIAN SISTERS
Fotos de Eugenia Gusmerini

martes, 17 de agosto de 2010

Una de las mujeres de Soledad Puértolas


Mi infancia, por parafrasear a Machado, son recuerdos de un verano en mi pueblo. Los cerdos en el patio, mi abuela con las vacas, mi prima yéndose a una fiesta y yo siguiéndola, mi abuelo enfadado porque mi travesura le había causado daño a mi tía, mi padre y mi tío enzarzados en una discusión continua, los juegos de matar en el auteiro con los niños más bravos, el primer chico que me gustaba, las primeras conversaciones trascendentales que iban a cambiar el mundo, el futbolín y la cabaña en la que fumábamos, las bicicletas... tantas cosas que se recuerdan y que ya no están pero que de algún modo alguna de las tardes en las que voy a caminar el campo y la carretera me devuelven. Supongo que por eso vuelvo, por el vínculo con el pasado más que por el presente. Y porque en la vida también hay que saber aburrirse.
Durante la noche no oigo las campanas de la iglesia que está justo enfrente de la casa. Me despierto con las campanadas de las once, esas sí las oigo. Deben ser mi tope. Desayuno abundantemente porque aquí las cosas de la comida son todas abundantes y abundante me voy volviendo yo poco a poco mientras me digo que son vacaciones. Después escribo un par de horas o tres hasta la hora de la comida. Las horas aquí tienen más de sesenta minutos, lo puedo asegurar. Por eso se me han acabado las películas que traje. Y el otro día pensando pensando pensé que me gustaría ver la historia de Tina y Beth desde el principio y ahí estoy, al final de la primera temporada, con Beth a punto de hacérselo con Candance, la carpintera criolla que le sube la feromona. Y ya la tenemos liada porque Beth si no llora no es ella. Me hace mucha risa. Luego suelo dormir cuarenta y cinco minutos de siesta. Mi madre viene a buscarme a la caída del sol para ir a caminar. Suelo intentar correr unos veinte minutos y el resto lo ando. Me digo a mí misma quema, quema, quema calorías, pero me temo que me pongo robusta. Como una mujer de pueblo. Luego la duchita que a veces se convierte en baño tranquilo y caliente donde leo 'Compañeras de viaje' de Soledad Puértolas. La lectura de sus cuentos me retrotrae a un mundo en el que parece que nunca pasa nada pero las mujeres que protagonizan sus historias siempre están tocadas por la varita de la vida que pasa. Perfectamente puedo ser una de esas mujeres, me doy cuenta. Entonces el final del cuento soy yo llegando una mañana de finales de agosto a mi apartamento en Barcelona, respirando el olor de mi casa cerrada, abriendo la puerta de la terraza para comprobar que mi amigo Albert ha cuidado con esmero mis plantitas. Me siento en el viejo sofá granate que ya no se hunde porque puse una tabla debajo de los cojines y me digo a mí misma, qué cerca está septiembre y su esperanza.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Nena, que bien te lo montas guapa. Madre mía lo que duermes pero es sano hacer esas cosas en vacaciones, eso sí, las siestas no tienen que ser solitarias.
Un besazo maja.

Anónimo dijo...

Me alegro de que estés disfrutando y desconectando, que septiembre no perdona Paula. Andar es muy sano y ahora no pienses en si comes más o menos. ¡Ya habrá tiempo para hacer una "puesta a punto" a la figura!
Muack.
Emma.

Laura Freijo Justo dijo...

Ostras, sí que duermo sí, solita pero molt bé, eh, acompañada de mis sueños, el de esta noche inquietante, por cierto. Un besote, Norma
Emma, efectivamente, las cosas de la línea van a tener que esperar. Besote!