THE LESBIAN SISTERS

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Fotos de Eugenia Gusmerini

jueves, 8 de septiembre de 2011

Volver a empezar


Despertar de golpe, como suelo hacerlo yo, tiene sus ventajas y sus repentinas bofetadas en caliente. Y así fue cómo me encontré un día de agosto, aún en vacaciones con la noticia de que los dos principales partidos del Estado habían llegado a un acuerdo para cambiar el artículo 135 de la Constitución intentando por todos los medios conseguir el parabien o, cuando menos, la abstención de CiU que siempre ha estado en los momentos clave de la política española. Fue una volea tan a contrapie que a poco más y me parto, no sé si en dos o de risa histérica. Había que ponerle techo al déficit y para que los mercados se quedaran tranquilos y Europa más, lo que se precisaba en estos momentos era un golpe sobre la mesa que demostrara que España, aparte de unida, es responsable. Así que solo en caso de catástrofe se permite la excepción, aunque no me hagáis mucho caso y mejor recurrid a las hemerotecas o a los especialistas porque recuerdo que leí la maniobra con total perplejidad. O sea que yo, Paula Mocinho, de profesión vocacional dramaturga, pensapoadora y escribidora en general, apuntada al paro, se cumple este mes un año, responsable y consciente y habiendo cumplimentado formación de un curso de edición de video AVI, de gran calidad, por cierto, subvencionado por el Estado, no tenía ni idea de que la cosa estaba tan jodidamente mal. Nunca me gustó Walt Disney pero es cierto que soy adicta a los finales felices, a que ganen los buenos. Pero la respuesta correcta es que al final el ser humano suele esconder el ala y mirar hacia otro lado, de lo contrario se hunde y la depresión conduce a camas vacías y a mí la cama me gusta solo para dormir y para otros menesteres que me reservo, siempre he sido de índole más bien acomodaticia en la cotidianidad, los heroísmos los dejo para locuras provisionales que, como el Quijote, a veces me han trastornado, aunque todavía no me haya dado por quemar la biblioteca, que todo se andará, todo se andará, querida Sancha. Vamos, que España ha estado a un paso del rescate. La prueba está en que la ministra Salgado ha salido en los medios para responder contundente a la pregunta clave de '¿está España en riesgo de rescate?' y ella, con esa sangre fría gallega que la caracteriza, la misma que utilizó para llamar a Mariano y hacer que moviera el culo de su asiento el día en que todo el mundo presenció las idas y venidas de los parlamentarios por el hemiciclo para intentar hasta el último aliento convencer a CiU al menos de la abstención, contestó 'absolutamente no'. Porque a veces no les queda otra que mentir, o que creerse sus propias mentiras, claro.
Así las cosas volví al zócalo multiracial donde vivo ahora, extrañada de la grisaldad de las fachadas de los edificios, de las aceras cuadriculadas de las calles, del asfalto ennegrecido por los cauchos de las ruedas de los coches, sobresaltada por las constantes sirenas que ya no llaman a Ulises sino que enloquecen a los transeúntes tranquilos que hacia la noche intentamos hacer algo de ejercicio después de varias horas haciendo nalgas con la cara pegada al ordenador. Porque volver también ha supuesto encararme con las horas largas y a menudo entretenidas de la ficción que todavía, ¡oh, milagro!, sale de los dedos de mis manos, conducida por una mezcla de plagio y transformación de todo lo leído y visto por estos humildes ojos que va a parar a la página en blanco del ordenador y poco a poco va conformando historias más o menos brillantes, más o menos bien explicadas, más o menos bien escritas, aunque no me corresponde a mí decirlo. Porque algunas de estas páginas son meros actos de supervivencia. Aunque ahora que lo pienso, todo lo que escribo es un acto de supervivencia, la verdad. Porque escribir en sí, se convierte en un acto de supervivencia. Y mira que no quería ponerme dramática, pero es la morriña que aprieta y el monte ausente que me persigue en la memoria de mis caminatas galegas.
Menos mal que en la transición de una comunidad histórica a otra, o de un país a otro, cada uno que lo llame o lo sienta como guste, tampoco para esto tengo autoridad moral, me ayudó una de las mejores novelas que he leído en los últimos tiempos, unos tiempos largos diría yo y pesados: 'El corazón helado' de Almudena Grandes que, desde luego, hace honor a su apellido porque es una gran, grandísima, enorme, gigante escritora. Creo que no miento si digo que nunca había llorado con un libro, pero con 'El corazón helado' me he emocionado tanto, sus personajes se me han metido hasta los tuétanos, sus historias las llevo todavía en el adn, la carne de esta novela forma parte ya de mi imaginario colectivo y la forma en que Almudena Grandes sirve todo este engranaje perfecto y tan abudante en literatura auténtica, de la buena, es tan rotundamente tetanuda que hinco mi rodilla admirativa y metafóricamente y me quito la gorra de peregrinaje que es el único sombrero que he utilizado hasta la fecha. Porque como escribidora no puedes eludir admirar todos los recursos estilísticos que son muchos y exquisitos y nos sirven siempre de guía, pero la fuerza de la novela es tal que, como en las grandes películas que empiezas a admirar aquel plano secuencia y acabas tan metida en el río de los acontecimientos que ya no ves ni tan siquiera el simple plano contraplano, solo dos personajes que se miran a los ojos y se dicen tantas cosas sin hablar, y es que la fuerza de esta novela es tan total que estás dentro del alma de Álvaro Carrión Otero o Raquel Fernández Perea o lloras cuando el abuelo Ignacio llora o sientes lo mismo que el segundo Ignacio Fernández y Raquel Perea madre al pisar por primera vez suelo español y descubrir ese país del que tanto han oído hablar, siempre para bien y siempre para mal, donde se intentó un sueño y nos dejaron solos porque los españoles son los parias de la tierra, o admiras y detestas a partes iguales a Julio Carrión González por la manera magistral en que Almudena Grandes tiene de presentarlo desde tantos ángulos y tantas perspectivas, ese mago de la vida cuyo gran valor es saberse poseedor del don de la simpatía. Podría estar horas y horas hablando de la novela, pero mejor si os da por leerla. Tal vez mi entusiasmo y pasión la haya alzado al pedestal de los dioses y alguien la lea y se pregunte el por qué de tanto elogio, pero como todo es subjetivo, querido Sancho, pues ahí hemos estado y como lo hemos sentido se lo hemos contado.
And the Oscar goes to 'Volver a empezar'.

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