THE LESBIAN SISTERS

THE LESBIAN SISTERS
Fotos de Eugenia Gusmerini

domingo, 23 de octubre de 2011

Dos damas de la escena y una postdata: Lina y Concha


Dejadme que os hable de mujeres y aparque por un día mis absurdas diatribas pseudopolíticas y tan semejantes a los palos de un ciego intentando detentar el nuevo terreno que transita. Dejadme que en el título las mencione por su nombre de pila aunque de tod@s es sabido que es una deriva un tanto sospechosa de mirada sexista, por aquello de que a las mujeres se las llama por el nombre mientras a los hombres se les suele mentar por el apellido. Pero es que para mí, estas dos mujeres de las que voy a hablar son prácticamente amigas, una por haberme acompañado desde mi más tierna infancia y la otra porque tenemos un gran amigo en común y espero que algún día podamos sobrepasar el límite de conocidas con cariño.

Empezaré por Lina Lambert, una actriz a la que se suele asociar con Xavier Albertí, Lluïsa Cunillé o Sanchís Sinisterra aunque haya trabajado para otros directores y bregado con textos de otros autores. Directores como el presente, Roberto Romei, o Pep Tosar que la dirigió hace un par de años largos en una obra espléndida del propio Tosar y Albert Tola, 'Molts records per Ivanov'. Sin embargo, me doy cuenta de que Lina Lambert es una actriz que desprende tal independencia artística que da igual con quien haya trabajado, sobresale siempre en escena gracias a su sentido de la pausa, de la explotación retórica de la palabra cuando ésta lo requiere, de la mirada penetrante, de la respiración precisamente colocada, de la intención punzante que te hiere en el pecho, de la sonrisa sarcástica que ametralla tu inteligencia, de la coma bien aplicada, del gesto mínimo extraordinariamente aprovechado, de la estaticidad divina, de la emoción intuida, porque Lina Lambert es un abanico tan amplio de posibilidades interpretativas que, si tiene algún defecto -que yo no se lo veo por ninguna parte- seguro que lo ha convertido en virtud escénica. Y de todos estos recursos, incluidos aquellos que invisibles nos traspasan el subconsciente, da buena cuenta en el monólogo 'Reglas, usos y costumbres en la sociedad moderna', de Jean-Luc Lagarce dirigida una vez más por el italiano Roberto Romei en el Tantarantana donde ya coincidieron anteriormente en la estupenda 'El último secreto de James Dean', de Albert Tola.  El uso exquisito de la ironía gobierna sobre el escenario haciéndonos llegar un texto que interpretado por otra, menos habilidosa y astuta, podría ser monótono e incluso aburrido pero que en su voz y en su cuerpo -mínimamente expuesto al movimiento, favoreciendo así la fuerza de la palabra y el punzón imaginario con el que se dibuja sobre el escenario- transforma la sonrisa cómplice del espectador en carcajada placentera. Durante la hora que dura el montaje no puedes apartar la vista de su rostro, radiografía perfecta de todo aquello que transmite, de su magistral interpretación que se familiariza con la hipocresía de otra época, la hace propia y consigue comunicártela como la nuestra actual, de otra marca tal vez, de otras formas más pérfidas, pero hipocresía al fin y al cabo. Asistí al estreno y al felicitarla con entusiasmo -como hizo un público conquistado, rendido a sus pies, en los aplausos finales, largos y sentidos- no pude por menos de hacerle una ola metafórica que intentaba devolver lo recibido con la admiración que le profeso. Incluso al despedirme me atreví a mostrarle un largo deseo ocultado, 'ojalá algún día pueda trabajar contigo'. No dejéis pasar esta oportunidad y disfrutad de Lina Lambert en el Tantarantana. Hasta el 30 de octubre. ¡Apresuraos!

De la segunda actriz que me muero de ganas por hablar es de la gran Concha Velasco que cumplió su sueño de 'mamá quiero ser artista' y de qué manera. Si mi admiración por Lina Lambert se basa en que en ella 'menos siempre es muchísimo más',  confieso que lo contrario, cuando es auténtico, como en el caso de Concha Velasco, también me alucina. Sí, me pirra el éxtasis abrumador en el que puede llegar a meterse y a meternos Concha Velasco con ese torrente implacable de emociones que vierte y vierte sobre el escenario interpretando una versión de sí misma y poniéndose en el disparadero sin la menor contemplación sobre lo que los demás podamos pensar de ella; ojo, siempre hablando de su trayectoria profesional y excepto cuando abre el bolso, nunca nos enseña su intimidad, pero, ¿acaso mostrar el contenido del bolso de una mujer no es un gesto de profunda intimidad?. A veces da igual lo que está explicando, su entrega es tal que hubo algún momento en el que me recordó el frenesí en el que alguna vez he visto caer a Liza Minelli cantando 'New York, New York'. En 'Concha, yo solo quiero bailar', la señora Velasco hace un repaso selectivo a su extensa carrera como artista mezclando canciones de su repertorio con canciones estupendas del Broadway clásico en el Teatro Goya de Barcelona. Los músicos que la acompañan, capitaneados por Xavier Mestres, son la perfecta guinda para aliñar el abundante menú que nos ofrece esta inagotable actriz que nació hace 71 años en Valladolid pero que ya desde bien pequeñita quiso ser bailarina, hasta que un buen día, el actorazo Luís Escobar le metió el veneno del teatro en la sangre. Pero si hay momentos hilarantes, que los hay, me quedo con su confesión abierta y sin ambages de que a ella los premios le gustan mucho y que tiene clavada la espinita de no haber conseguido todavía un Goya. Entonces escenifica con una gracia indomable cómo vivió el día de la celebración de los Goya en el que estaba convencida que se lo darían por 'Más allá del jardín', de Pedro Olea. No cuento más, porque hay que verla. Cuando acabó la función del estreno, que siempre suele ser un público rácano y desagradecido, unánimente la platea se puso en pie y rindió pleitesía. Mi júbilo como espectadora era tal que gritaba 'bravo' y silbaba y me congratulaba con la felicidad general. Pero aún estaba por llegar la perla, porque la perla todavía no había asomado su patita. Así pues, después del discurso de Josep Maria Pou, el director, al que Concha le cedió el protagonismo y lo halagó sin falsa condescendencia, con el equipo al completo recibiendo también el agradecimiento del público, llegó, como no podía ser de otra manera: 'No te quieres enterar, que te quiero de verdad...'. ¡Guau! 'La chica yeyé', una canción que forma parte de mi vida sentimental. La canté a pleno pulmón, como creo que hicieron el resto de los asistentes y la bailé desenvuelta en la medida que me permitía el espacio entre mi butaca y la butaca de delante, con los brazos en alto. 



A la salida, mi amigo y yo estábamos encantados. Saludé a dos actrices que conozco y ambas reconocían la valía de este terremoto inconmensurable, esta fuerza de la naturaleza escénica. A todo el mundo se le veía contento. De pronto alguien se acercó a mí, una mujer alta, espigada, con gafas de ver, entre los cincuenta y los sesenta, con acento que me pareció argentino y era argentino, y con sumo cuidado me dijo 'te quiero agradecer tu generosidad a la hora de expresarte, porque gracias a ti he disfrutado el doble el espectáculo'. Nunca jamás nadie me había dicho una cosa así. Es cierto que como dramaturga o eventual interpretadora de artificios escénicos he recibido sinceros y hasta entusiastas comentarios de agradecimiento, aliento y demás halagos que siempre sientan bien y te compensan tanta soledad delante del ordenador. Pero nunca jamás nadie me agradeció mi espontaneidad a la hora de reír, gritar, saltar y demás muestras emocionales que no suelo censurar cuando algo me está gustando mucho como espectadora. En un momento dado, eché otra carcajada sobre un comentario de esta señora con la que hablé un rato y ella dijo 'ves, si te reís tan bien, seguro que todo lo demás lo hacés igual de bien'. Fue el colofón a una noche estupenda que me alejó del gélido escepticismo que me gobierna últimamente. Aproveché para invitarla a mi humilde recital pensapoético de hoy domingo en LA PAPA.
P/D. De verdad, no quiero hablar de política aunque los últimos acontecimientos bien lo merecen. Solo una última cosa en cuestiones escénicas. Núria Espert está en el Lliure representando 'La violación de Lucrecia', de W. Shakespeare y es extraordinaria. Hablé de ella el año pasado ya que estrenó este monólogo en Temporada Alta. Si su bolsillo se lo permite, organícense la agenda y háganles un hueco a estas tres joyas de la corona. 

2 comentarios:

Rosalía Navarro dijo...

Me gusta si hablas de política o de cualquier otro tema. Te expresas muy bien con la palabra.
Besos Paula.

Laura Freijo Justo dijo...

Gracias, Rosalía, es estupendo saber de ti de nuevo. Un abrazo!