THE LESBIAN SISTERS

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Fotos de Eugenia Gusmerini

jueves, 25 de agosto de 2016

Some sentences horror in summer II



Nunca lo otro, ese monstruo, había sido tan gigantesco como en nuestro presente porque nunca antes había sido tan fríamente indiferente a nuestras desamparadas jaulas domesticadoras. 
Rafael Argullol

Horror y amor en castellano suenan muy parecido. Ambas son palabras que definen nuestra especie. A veces del horror se va al amor, otras del amor al horror.
Mientras el horror suscita fascinación por cuanto no logramos comprender y encierra misterio, el amor, cuya comprensión sobrepasa el intelecto, solo genera fascinación mientras es imposible. El amor posible, sea del género que sea, no tiene por qué ser romántico, lo que proporciona es calma, paz. 
Al navegar por internet en busca de los orígenes de John Snow, encuentro un artículo donde Amnistía Internacional respondió a algunas quejas sobre el exceso de violencia es constante y forma uno de los núcleos de fuerte adicción del espectador, pues genera sed de justicia, entre otras cosas; Aministia Internacional alegaba que la realidad, como siempre, supera la ficción. Tortura, asesinatos, violaciones, incestos, mutilaciones y demás barbaries que no suenan a la Edad Media, conviven con nosotros. Más cerca o más lejos, nos rodean.
Hace unos días se cumplieron diez años del día en que chica austríaca Natasha Kampush, secuestrada por un monstruo que la mantuvo prisionera en un sótano desde la infancia hasta la juventud, logró escaparse. Natasha Kampush ha heredado la casa de su secuestrador y espera a que las autoridades le permitan convertirla en una casa de acogida para refugiados. Ese es su deseo.
En el artículo donde encuentro el nombre de la chica austríaca aparecen un montón de casos de 'monstruos Amstetten'. Padres que violan y abusan de sus hijas con las que procrean otros hijos e hijas durante años y el silencio los ampara. A veces pienso qué se esconde tras la puerta de nuestros vecinos o en la puerta que nos abre a la historia de nuestros ancestros.


Mandy Patinkin, el actor norteamericano que siempre recordaré como el entrañable Íñigo Montaya de La princesa prometida, que fue durante dos temporadas Jason Gideon, en Mentes Criminales, declara que dejó la serie porque le manchaba el alma, tantas violaciones, asesinatos, tanto horror. Ahora protagoniza Homeland, donde el horror es distinto, siempre nos consuela creer que podemos combatir el mal que generan las ideas, pero aceptar que el mal existe pues forma parte de la naturaleza depredadora de la especie, es muy difícil de digerir. El horror del mal en su estado puro es el horror que nos persigue en nuestras peores pesadillas. A pesar de que Mentes Criminales ha cambiado algunos de sus personajes más emblemáticos y lleva doce o trece temporadas en antena, el estreno del primer capítulo de su última temporada volvió a ser récord por encima de otras series que quizás albergan más pedigree.
El impacto generado por las imágenes del niño Omran nos llega al alma de tal manera que es como si una estalactita se clavara para siempre en nuestro pecho convirtiéndonos en caminantes blancos incapaces de compasión con nuestros congéneres. Omran, impávido ante el horror del polvo de destrucción que lo rodea, no muestra ninguna emoción. Quizás esté vivo, quizás respire, pero la muerte reina.
Aunque queramos dejar atrás las imágenes del horror, siempre nos acompañan. El sufrimiento de los otros nos llega aunque no veamos sus rostros, su mirada, su ropa, las ruinas de sus casas. 
El alma colectiva del ser humano tiene una herida que horada nuestra conciencia y nos enferma.


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