Soltar espacios te obliga a deshacerte
de recuerdos. Entonces no queda más remedio que abordar las cajas
que tienes embaladas en el garaje, abrirlas, romper libretas y
papeles de hace tanto tiempo y tirar cosas sin miramientos porque ya
no caben en tu vida presente y porque ya no son tan importantes.
Nunca lo fueron, pero lo parecían.
Aun así miras, lees, compruebas, subes
algunas cosas al piso que luego metes en bolsas para la basura y
recuperas frases, versos sueltos, deseos apagados, inocencias lejanas
y las notas de tantos días de trabajo en la oficina o en la
redacción. Eso fue vida, te dices. Pasan delante tuyo épocas
enteras que no fueron mejores pero sí más jóvenes. Regresan
personajes de libros que en su momento marcaron tanto: Águeda,
Rosario 'la profesora de las gafitas', los rizofitas y esas descripciones
de lecturas que nunca olvidarás porque no son simples lecturas sino
que es vida pegada a la vida que trae a veces eso que Cristina Peri
Rossi llama sobrevida con tanto acierto. Y me enamoró la
inteligencia que despedía aquella fugaz sonrisa de Rosario, casi
imperceptible, piadosa y divertida, propia de quien, sin dejar de
pensar en lo suyo, no pierde detalle, al mismo tiempo, de lo que está
pasando alrededor. Carmen Martín Gaite. Lo raro es vivir.
Te hace gracia recuperar no solo los
amores correspondidos o las copias de los poemarios dedicados a los imposibles, sino las oportunidades extrañas que
dejaste escapar; como aquella
nota que una mañana te encontraste en el parabrisas de tu coche: TE
CONOZCO. ME GUSTAS, MI NOMBRE TERMINA CON “A”. Te espero esta
noche en “La Pantera”. Después de... te invito al café y al
periódico. Como no tuviste el valor de acudir a la cita a ciegas,
nunca sabrás quién es ese nombre acabado en “A” que ahora
resurge casi treinta años después de dentro de una caja.
En estos tiempos de desprendimientos,
asunciones y aceptación plena del día a día venga como venga, le
das vueltas a personas que ya no están y que significaron tanto.
Piensas qué habrá sido de ellas; a alguna la echas tanto de menos que tienes tentaciones de buscarla. Luego encuentras copias de cartas
que enviaste y te acuerdas vagamente de quien fuiste. Bendita
ingenuidad, irregular gramática, narrativa del sobrevivir, romper
cartas, dejar ir memoria, recuperar querencias.
Y aunque no hay nostalgia, todavía
quedan un puñado de libretas y todos los diarios. Quién sabe si en
una hoguera de San Juan se entregarán a la luz eterna que procura
cenizas. Es pronto para pensar en eso. De momento, el invierno toca a
la puerta y requiere atención para nuevos versos, nuevas
composiciones y para las personas que con su ahora cubren las
necesidades de cariño y afecto que toda vida precisa para abrir la
ventana, asomar la cabeza y salir a la calle a caminar airosa.
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